Al conmemorarse un nuevo aniversario del nacimiento de José Martí, lo primero que comprobamos es que sigue naciendo. Diríase un territorio inmenso que, a cada nueva exploración, descubre perspectivas vírgenes, y no en una sola, sino en múltiples dimensiones enlazadas.[2]
Los límites cronológicos de su vida, no obstante haberse colmado de una energía humana que raya en lo milagroso, distan mucho de ser el marco de un cuadro que ha de colgarse con reverencia en la galería de los próceres. No es Martí un clásico en el sentido en que puede serlo una obra de museo, sino en la dimensión en que Juan Ramón Jiménez decía que “clásico quiere decir, únicamente, vivo”, y quien dice vida dice presente, pero sobre todo futuro, devenir, esperanza.[3]
Embalse de aguas que, al soterrarse, siguen fluyendo con más ímpetu, hondura y fecundidad, la biografía de Martí se nos va convirtiendo también en la forma indestructible de una semilla animada por la virtud de la incesante palingenesia histórica.
A los 135 años de su nacimiento, está naciendo todavía, porque su verbo tiene a la vez el inmarchitable frescor matinal de una epifanía y la anhelante veladura de una visión profética. Y cada vez nace su verbo mayor, es decir que está creciendo en la oscuridad germinativa, como él mismo lo predijo: “Mi verso crecerá: bajo la yerba / Yo también creceré”.[4]
Comprobamos así que, en pleno ascenso de la Revolución de la que él fue autor intelectual, su palabra sigue brotando, saciando y fecundando como un manantial deleitoso y perenne; que su virtud de inspiración y mejoramiento espiritual es inagotable; que de él, desplomado por nosotros en la tierra de Dos Ríos, puede decirse siempre lo que él dijo de un árbol que amó: “le da un rayo de sol, y del madero muerto, sale volando un ave de oro”.[5]
Comprobamos, en fin, que su poderoso amor a la expansión poética y revolucionaria lo está premiando, y que, como esas galaxias que la física astronómica descubre en proceso de explosión ininterrumpida, su obra crece y se expande cada día ante los ojos de sus más atentos escrutadores.[6] Pero si otros pueden deslumbrarse con su obra, nosotros, además, hemos de sentir en su vida y en su verbo el calor vital, paternal y filial, que nuestra sangre necesita. Porque la deuda de los cubanos con Martí no es una deuda saldable por los caminos de la admiración ni del estudio, por muy necesario que este sea, sino una deuda del ser y una herencia inacabable.
Para invocar y alabar esa herencia, para decir nuestra gratitud hacia el que fue nuestro revolucionario mayor y nuestro artista sumo, ningún lenguaje mejor que el del arte, ninguna voz más deseable que la de la música,[7] de la que él dijo: “Lo verdadero es lo que no termina: y la música está perpetuamente palpitando en el espacio”.[8]
Cintio Vitier: “[Galaxia Martí]”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1988, no. 11, pp. 458-459.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “La noche del 28 de enero de 1988 el teatro habanero Carlos Marx fue escenario de la velada del Ministerio de Cultura por los 135 años del nacimiento de José Martí. Numeroso público pudo apreciar un digno espectáculo dirigido por Alexis Vázquez, con guión de Guillermo Rodríguez Rivera y coreografía de Caridad Martínez. Actuaron José María Vitier y Amaury Pérez Vidal con sus respectivos grupos acompañantes, Argelia Fragoso, el coro Eco, Sara González con el respaldo del grupo Guaicán, Sergio Vitier, el grupo Nuestra América, Lilian Rentería, María Elena Diardiez, Raúl Durán, Cristóbal González, David Ferrer, Pedro Sicard, Miguel A. Sirgado y Selma Sorechi. En la introducción al programa escribió Cintio Vitier: / […]”. (“Velada del Ministerio de Cultura por el aniversario 135 de José Martí”. El título es del E. del sitio web).
[2] En igual sentido, Gabriela Mistral consideraba “mina sin acabamiento esta de la persona de Martí en la obra de Martí”. [“Los Versos sencillos de José Martí” (Conferencia en la Institución Hispanoamericana de Cultura, La Habana, 30 de octubre de 1938), La palabra viva de José Martí, selección, prólogo y notas de Carmen Suárez León, La Habana, Editorial Pablo de la Torriente, 2007, p. 45]. Por su parte, Miguel de Unamuno se refería a Martí como “una cantera inagotable” (“Unamuno y los americanos”, Archivo José Martí 11, al cuidado de Félix Lizaso, La Habana, enero-diciembre de 1947, p. 19). Manuel Pedro González precisaba: “La obra de Martí es una cantera casi inagotable en la que el estudioso puede entrar seguro de que encontrará preciosos filones por nadie explotados todavía”. (“Prontuario de temas martianos que reclaman dilucidación”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1969, no. 1, p. 115). Gastón Baquero aseveraba: “Suena ciertamente a exageración lo que los cubanos —y los conocedores extranjeros de su obra— dicen del que mereció, como los inmediatos a Cristo, el título de Apóstol. Pero la idea de que se exagera al avalorar tan altamente una vida tan valorizada por sí misma, nace del desconocimiento de la obra de Martí, que es una mina riquísima, inagotable, henchida de muchos materiales preciosos, y aun de materiales radiactivos estremecedores”. (“Cristo laico”, La fuente inagotable, Valencia, Pre-Textos, 1995, p. 92). Loló de la Torriente escribía: “[…] Martí fue de una profundidad tan espesa y tan rica que no existe lector (o investigador) que no encuentre siempre vetas brillantes por explorar”. (“Estudios martianos”, El Mundo, La Habana, 22 de abril de 1964). Emilio Roig de Leuchsenring reafirmaba: “Y como en la obra de Martí se encuentra veta riquísima e inagotable de advertencias, prédicas, admoniciones y previsiones que parecen, y lo son en realidad, hechas más que para su época y los hombres y los problemas de su tiempo, para la República, que entonces aún pertenecía al futuro, puede decirse que Martí está hoy entre nosotros con vida más real que en los tiempos de la epopeya libertadora, y que su palabra es oída por los cubanos de buena voluntad como programa y normas salvadoras de la República, por sobre toda palabra de cubano del pasado y del presente”. (“Prefacio” a La República de Martí, 5ta ed., La Habana, 1960, en Tres estudios martianos, selección y prólogo de Ángel Augier, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, p. 20).
[3] Véase CV: “Martí futuro” (1964), Temas martianos. Primera serie (1969), La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 153-178.
[4] JM: “Antes de trabajar”, Versos libres, OCEC, t. 14, p. 240.
[5] “Le da un rayo de sol, y del madero
Muerto, sale volando un ave de oro”.
(JM: “Dos milagros”, La Edad de Oro, Nueva York, julio de 1889, en La Edad de Oro. Edición facsimilar, ensayo y notas de Maia Barreda Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Ediciones Boloña, 2013, p. 6).
[6] “José Martí es un caso inexplicable y de orden mítico o milagroso en la historia de América. Cuanto más se le escudriña y estudia, más crece, y más impoluto y genial se nos revela. En él falla el refrán que afirma que no hay nadie grande para su ayuda de cámara. Él resiste el microscopio y hasta la ojeriza de los pícaros, los frívolos y los egoístas. No se le puede meditar largamente sin caer en la actitud reverente y en la terminología hagiográfica”. (Manuel Pedro González: “Contenido profético del epistolario martiano”, En torno a José Martí, Bordeaux, Editions Bière, 1973, p. 38).
[7] Véase CV: “Música y razón”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1972, no. 4, pp. 372-376.
[8] JM: “White”, Revista Universal, México, 25 de mayo de 1875, OCEC, t. 3, p. 62.