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     Nulo sería, además, el espectáculo de nuestra unión, la junta de voluntades libres del Partido Revolucionario Cubano, si, aunque entendiese los problemas internos del país, y lo llagado de él y el modo con que se le cura, no se diera cuenta de la misión, aún mayor, a que lo obliga la época en que nace y su posición en el crucero universal.[2] Cuba y Puerto Rico entrarán a la libertad con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos. Es necesario tener el valor de la grandeza: y estar a sus deberes. De frailes que le niegan a Colón[3] la posibilidad de descubrir el paso nuevo está lleno el mundo, repleto de frailes. Lo que importa no es sentarse con los frailes, sino embarcarse en las carabelas con Colón. Y ya se sabe del que salió con la banderuca a avisar que le tuviesen miedo a la locomotora,—que la locomotora llegó, y el de la banderuca se quedó resoplando por el camino: o hecho pulpa, si se le puso en frente. Hay que prever, y marchar con el mundo. La gloria no es de los que ven para atrás, sino para adelante.—No son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que vamos a sacar a luz, sino a salvarlas y servirlas de manera que la composición hábil y viril de sus factores presentes, menos apartados que los de las sociedades rencorosas y hambrientas europeas, asegure, frente a la codicia posible de un vecino fuerte y desigual, la independencia del archipiélago feliz que la naturaleza puso en el nudo del mundo, y que la historia abre a la libertad en el instante en que los continentes se preparan, por la tierra abierta, a la entrevista y al abrazo. En el fiel de América están las Antillas,[4] que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,—mero fortín de la Roma americana;—y si libres,—y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora,—serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio,—por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles,—hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.—No a mano ligera, sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida nueva de las Antillas redimidas.[5] Con augusto temor se ha de entrar en esa grande responsabilidad humana. Se llegará a muy alto, por la nobleza del fin; o se caerá muy bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar. ¡Cuán pequeño todo, cuán pequeños los comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre las secciones adversas de un continente, y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su ambición! Sabremos hacer escalera hasta la altura con la inmundicia de la vida. Con la mirada en lo alto, amasaremos, a sangre sana, a nuestra propia sangre, esta vida de los pueblos, hecha de la gloria de la virtud, de la rabia de los privilegios caídos, del exceso de las aspiraciones justas. La responsabilidad del fin dará asiento al pueblo cubano para recabar la libertad sin odio,[6] y dirigir sus ímpetus con la moderación.[7] Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos. Ella, la santa patria, impone singular reflexión; y su servicio, en hora tan gloriosa y difícil, llena de dignidad y majestad. Este deber insigne, con fuerza de corazón nos fortalece, como perenne astro nos guía, y como luz de permanente aviso saldrá de nuestras tumbas. Con reverencia singular se ha de poner mano en problema de tanto alcance, y honor tanto. Con esa reverencia entra en su tercer año de vida, compasiva y segura, el Partido Revolucionario Cubano, convencido de que la independencia de Cuba y Puerto Rico no es solo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república norteamericana.[8] ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes.

Patria, Nueva York, 17 de abril de 1894, no. 108, p. 2; OC, t. 3, pp. 138-143.

Otro texto relacionado:

  • Caridad Atencio: “Acercamiento a ‘El tercer año del Partido Revolucionario Cubano’”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2006, no. 29, pp. 101-105.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[2] Nótese la similitud temática con la “Carta de José Martí sobre su discurso en Hardman Hall, el 10 de octubre de 1893”, Patria, 24 de octubre de 1893, no. 83, p. 2 (EJM, t. III, p. 425); con los artículos “España en Melilla” y “El movimiento revolucionario en Cuba; el gran osario de España”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893, no. 88, p. 2 (OC, t. 5, p. 336) y 5 de diciembre de 1893, no. 89, p. 3. (no aparece en OC); y con el Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario a Cuba, fechado en esa ciudad dominicana el 25 de marzo de 1895. En la carta al general Porfirio Díaz, México, 23 de julio de 1894, Martí utiliza una expresión muy similar, “crucero futuro y cercano del mundo”. (ACEM, no. 14, p. 13).

[3] Cristóbal Colón (1451-1506). Navegante genovés descubridor de América, conocido como el Gran Almirante. De él escribió José Martí: “Que Colón fue más personaje casual que de mérito propio, es cosa de prueba fácil, así como que se sirvió a sí más que a los hombres, y antes que en estos pensaba en sí, cuando lo que unge grande al hombre es el desamor de sí por el beneficio ajeno”. (OC, t. 18, p. 286).

[4] “[…] las Antillas son políticamente el fiel de la balanza, el verdadero lazo […] del porvenir”. (Eugenio María de Hostos: Diario 28 de marzo de 1870, Diario, Obras completas. Edición crítica, Puerto Rico, Instituto de Estudios Hostosianos, Universidad de Puerto Rico, 2000, v. 1, t. 1, pp. 284‑285).

Betances precisa, al respecto, que las islas deben “ser como indica su posición, un centro […] entre todos los pueblos […] base a la nueva nación antillana […] destinada a servir de columna a la balanza del mundo”. (Ramón Emeterio Betances: “Cuba”, en Ramón Emeterio Betances, selección y prólogo de Haroldo Dilla y Emilio Godínez, Casa de las Américas, La Habana, 1983, pp. 144‑145).

[5] Véase el ensayo de José Luciano Franco: “Martí en las Antillas” (El Caimán Barbudo, La Habana, julio de 1979), Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, no. 40, pp. 330-338.

[6] Véase JM: “El Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892, no. 4, p. 1; OC, t. 1, p. 368 y “La proclamación de las elecciones del Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 22 de abril de 1893, no. 58, p. 2; OC, t. 2, p. 306. Consúltese, además, de Fina García-Marruz: “Amor y fundación” y “La guerra sin odios”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, Albur, ór­gano de los estudiantes del ISA, a. 4, La Habana, mayo de 1992 (existen dos ediciones más del CEM, del 2003 y 2004).

[7] “En el ensayo El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit., pp. 58-63, Fina García-Marruz ha observado la relación que establece Martí entre el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica más profunda de ‘la capacidad de sacrificio’. La consideró virtud vinculada con ‘la armonía serena de la Naturaleza’, distintiva de los mejores hombres de ‘nuestra América’, cuyo paradigma poético lo encontró en Heredia: ‘volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas’. (OC, t. 5, p. 136). Tan elogiosa como esperanzadamente se refirió varias veces al ‘heroísmo juicioso de las Antillas’ y a ‘la moderación probada del espíritu de Cuba’, expresiones consagradas en el Manifiesto de Montecristi. (Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario a Cuba (Montecristi, 25 de marzo de 1895), La Habana, Centro de Estudios Martianos y Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008, pp. 15 y 8, respectivamente). (Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., nota 35, p. 64).

[8] “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”. (JM: “Carta a Federico Hernández y Carvajal”, Montecristi, 25 de marzo de 1895, TEC, p. 25). A propósito, Luis Toledo Sande escribe: “Salvar el honor de [esta] nación no era importante solo para nuestra América —incluida Cuba— y el resto del mundo. Se trataba de frenar nada menos que la expansión con que el imperio se encaminaba a desencadenar guerras de rapiña y quebrantar una vez y otra la paz. El logro deseado por Martí habría sido redentor incluso para el mismo pueblo norteño: lo habría librado de vivir en una potencia agresora, que sembraría cada vez más terror en el planeta por medio de las armas y la economía, y que se valdría de una maquinaria cultural y propagandística igualmente poderosa”. [“José Martí, revolucionario en todas partes”, Anuario del Centro de Estudios Martianos 2018, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2019, no. 41, pp. 81-82. (N. del E. del sitio web)].

“La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aun vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”. (Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario a Cuba, ob. cit., pp. 15-16).

“[..] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber [..] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. […] Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, […]—más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, […] el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q. los desprecia,—les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato de ellos”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, TEC, p. 73).