Los Estados Unidos, por ejemplo, preferirían contribuir a la solidez de la libertad de Cuba, con la amistad sincera a su pueblo independiente que los ama, y les abrirá sus licencias todas, a ser cómplice de una oligarquía pretenciosa y nula que solo buscase en ellos el modo de afincar el poder local de la clase, en verdad ínfima de la Isla, sobre la clase superior, la de sus conciudadanos productores. No es en los Estados Unidos ciertamente donde los hombres osarán buscar sementales para la tiranía. Y esa capacidad plena del hijo de Cuba para su empleo y gobierno, y el servicio de los deberes que en movimiento ascendente de la humanidad tiene asignados su patria, se avivó y hubo de parar en el estallido definitivo de la guerra, por el rebosante descontento con que el pueblo de Cuba, atado a un amo de constitución nacional incorregible, paga, con el producto casi total de sus frutos depreciados en la lucha sin término entre el interés español, impotente para cerrar el único mercado a España en la Isla, y las represalias de la Unión Americana, no solo  las obligaciones corrientes y oprobiosas de la ocupación rapaz del país por la codicia que lo estanca, sino la deuda que España contrajo para ahogarlo en sangre, en los diez años de la independencia de 1868 y las de todas las guerras que España ha emprendido en América, después de la independencia de sus colonias y los Estados Unidos, para restablecer en repúblicas libres americanas su dominio europeo y monárquico. Hasta los gastos de las colonias de África debe pagar Cuba. Y a ese presupuesto confeso, mucho más amargo que el sello sobre el té que alzó en revuelta a Boston, únese el presupuesto silente de la Isla, que sus habitantes, cubanos y españoles, pagan a los encargados de la ley para burlarla o hacer que se cumpla. Ni el derecho es en Cuba reconocido sin gabela, ni la culpa cae sobre el delincuente que puede comprar su rescate; y es tan familiar la inmoralidad pública, que la amistad íntima con el ladrón y la complicidad diaria con él, llegan a parecer actos sin mancilla a los que blasonan de honradez. Pudre la Isla el vicio español. Y el presupuesto del cohecho, de que se sustenta principalmente la clase política española, pesa sobre Cuba con el gravamen doble del desembolso y el deshonor. Es lícito desear que Cuba emplee en su desarrollo, con ventaja patente de los pueblos que la rodean, los caudales que paga para mantener sobre sí el gobierno que la corrompe, y acoger en su tierra propia, con exclusión forzosa de sus hijos, al español necesitado que huye a barcadas de su pueblo miserable para desalojar al cubano en Cuba de su mesa de artesano y de la propiedad de su suelo. Suspensa la guerra de Cuba en 1878 por su propia fatiga, los revolucionarios previsores entendieron que la constitución irremediable del pueblo español, basada en el goce de las colonias, impediría de parte de España la concesión de ninguna de las reformas políticas extrañas a su naturaleza y hostiles a su interés, que en diez y siete años ha estado pidiendo en vano un partido de cubanos pacíficos, sin más éxito que las mudanzas de un consejo proponente en la Isla, sin autoridad ni sanción, y que por su composición principal de autoridades españolas privilegiadas y una acorralada minoría de entidades señoriales cubanas, jamás propondrá alivio alguno de la Isla en menoscabo del interés español, ni en merma de sus privilegios. La revolución había venido preparando ordenadamente, con un partido elector de bases republicanas, todos los elementos vivos de la independencia de Cuba, a fin de tenerlos a punto de acción en el instante en que, vacía ya la esperanza de reformas españolas, estallase a una voz la revolución inmortal para la libertad definitiva, sin retirada ni reserva. Las dos generaciones: la de los veteranos y la de sus hijos,―las dos fuerzas de la independencia: la que combate en la Isla y la que de afuera le ayuda a combatir, se unieron durante tres años de ordenación, con el entusiasmo del juicio y el poder de la disciplina, y la Isla entera, radicalmente convencida de la ineptitud de España para privarse de la explotación colonial que la sustenta, y dar vida de hombre y política mejor a los cubanos, se levantó en armas el 24 de febrero de 1895, para no envainarlas sino ante el triunfo de la república.

     ¿Qué obstáculos pudiera encontrar esta revolución nacida de la convicción del cubano de su aptitud para el trabajo y el gobierno; de la paga cruenta de su mejor sudor a los vicios políticos y desidiosos naturales de la nación que expulsa a los hijos del suelo para ocuparles el rincón con el español privilegiado; del recuerdo perenne, azuzado con las razones diarias de ira, de los hombres extraordinarios que redimieron del grillete el pie de sus esclavos y se alzaron de su sillón de ricos a quebrar con las manos desnudas el cetro español―y del inefable anhelo del cubano piadoso por la integración espiritual del criollo inculto, en quien perece sin empleo la natural luz, o cuya familia desgreñada huye por el monte, del miedo de no haber pagado la cédula al tirano? La composición actual de los elementos de Cuba demuestra que la revolución magnánima, que verá con indulgencia la timidez de los cubanos lentos, y guardará el puesto a todas las fuerzas sociales, llegará sin dificultad a la victoria contra un enemigo cuyo ejército descontento e incompleto pelea de mal grado en una guerra contra la libertad, y cuyo tesoro no puede ya obligar, como hace veinticinco años, a la Isla, insuficiente ya para sus cargas ordinarias, ni acudir al español acaudalado, que ya niega hoy a la guerra la fortuna que puso en salvo en la Metrópoli, ni echarse, como en 1868, sobre los bienes de los cubanos, ricos entonces y hoy empobrecidos. En Cuba hay población española y población cubana. De la población española es ya muerto por el despego de sus compatriotas liberales y acriollados, al sistema de odio y castigo, el elemento que, preso por su riqueza en la súbita Revolución de Yara, aprovechó para las masas, hoy menores, de voluntarios, el encono de los españoles ínfimos contra el criollo que los miraba de señor.

     Y en aquellas mismas masas, ese enojo social, base secreta de la ferocidad política, se ha amenguado, si no desaparecido, con el sufrimiento común bajo la tiranía de cubanos y españoles. De esa clase misma, mucha ha engranado ya en el corazón de Cuba, con la mujer y los hijos, y algún bienestar; y esos cubanos de adopción, si por temor injusto vuelven aún los ojos al Norte, como buscando amparo a las represalias, que no ocurrirán jamás, de la República de Cuba, ya no los vuelven, arrepentidos y avergonzados, al arma que habrían de poner contra el pecho de sus hijos. Los cubanos, en presencia de la guerra, se inclinan conforme a la ley general de la naturaleza humana, que conduce a los hombres generosos, cultos o incultos, del lado del sacrificio, que es el más puro goce de la humanidad, y retiene a los egoístas, que son las rémoras del mundo, del lado de los sacrificadores. Los nombres políticos son nuevas vestiduras de esta condición en que se apartan los hombres; y el triunfo de las religiones y de las repúblicas, que llevan en su piedad humana mucho del fuego religioso, enseña que el ímpetu tenaz de los desconsolados, y el juicio previsor que aprovecha esta fuerza que de otro modo acaso se desviaría, pueden siempre más que el asco de pudibundo a las llagas del pobre, y el apego de los hombres sedentarios a las sandalias del hogar y a las prebendas de la vida. Ni el cubano negro, que en su propia cultura y la amistad del blanco justo halla alivio al apartamiento social, que no divide más a blancos y a negros que en los pueblos viejos de la tierra dividió a nobles y villanos, solo se alzará contra quien le suponga capaz de atentar, por la cólera que revelaría inferioridad verdadera, contra la paz de su patria.

     La sublime emancipación de los esclavos por sus amos cubanos borró, sobre la tierra fecundada por la muerte hermana de criados y dueños, el odio todo de la esclavitud. Es honor singular del pueblo de Cuba, del que ha de pedirse respetuosamente reconocimiento, el que, sin lisonja demagógica ni precipitada mezcla de los diversos grados de cultura, presenta hoy al observador un liberto más culto y exento de rencor que el de ningún otro pueblo de la tierra. El campesino negro, más cercano a la libertad, vuela a su rifle, con el que jamás en diez años de guerra hirió a la ley, y solo se le advierte el jubiloso amor con que saluda y la ternura con que mira al hombre de tez de amo que marcha a su lado, o detrás de él, defendiendo la libertad. De la justicia no tienen nada que temer los pueblos, sino los que se resisten a ejercerla. El crimen de la esclavitud debe purgarse, por lo menos, con la penitencia harto suave de alguna mortificación social. Desde los libres campos cubanos, al borde de la fosa donde enterramos juntos al héroe blanco y al negro, proclamamos que es difícil respirar en la humanidad aire más sano de culpa y vigoroso, que el que con espíritu de reverencia rodea a negros y blancos en el camino que del mérito común lleva al cariño y a la paz.

     Con el poder de estas justicias; con la fuerza de indignación del hijo de Cuba bajo las vejaciones y gravámenes con que la diezmó España en la guerra de independencia, y le negó la más insignificante mejora en diez y siete años de política inútil de espera, y con la responsabilidad del deber de Cuba en el trabajo de liga y acción a que en la junta de los océanos se preparan los pueblos del orbe, han vuelto los cubanos, de un cabo a otro de su tierra, a demandar a la última razón de las armas, sin odio contra su opresor, y por los métodos estrictos de la guerra culta, el puesto de República que permitirá al hijo de Cuba el empleo de su carácter y aptitud y el derecho de abrir su tierra cegada al trato pleno con las naciones a que la acercó la naturaleza y la atrae su capacidad común, y en el cubano a nadie superior para la altivez y el orden de la libertad.

     Plenamente conocedor de sus obligaciones con América y con el mundo, el pueblo de Cuba sangra hoy a la bala española, por la empresa de abrir a los tres continentes en una tierra de hombres, la república independiente que ha de ofrecer casa amiga y comercio libre al género humano.

     A los pueblos de la América española no pedimos aquí ayuda, porque firmará su deshonra aquel que nos la niegue. Al pueblo de los Estados Unidos mostramos en silencio, para que haga lo que deba, estas legiones de hombres que pelean por lo que pelearon ellos ayer, y marchan sin ayuda a la conquista de la libertad que ha de abrir a los Estados Unidos la Isla que hoy le cierra el interés español. Y al mundo preguntamos, seguros de la respuesta, si el sacrificio de un pueblo generoso, que se inmola por abrirse a él, hallará indiferente o impía a la humanidad por quien se hace.

     En demostración de los altos fines y de los métodos cultos de la guerra de independencia de Cuba, y en testimonio de singular gratitud a The New York Herald, suscriben aquí, como representantes electos, y hasta hoy vigentes, de la revolución, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el General en Jefe del Ejército Libertador, en Guantánamo, a 2 de mayo de 1895.

El Delegado                                                          El General en Jefe
José Martí                                                             Máximo Gómez

Patria, Nueva York, 3 de junio de 1895, no. 164, pp. 1-2; EJM, t. V, pp. 205-213.