Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé (1829-1861)
Nació en Victoria de las Tunas en 1829 y desapareció, sin dejar huellas, hacia 1861. Fue educado por su padre y su hermano. Sus primeras décimas aparecieron en El Fanal, de Puerto Príncipe, en 1845. Tomó parte de la conspiración de Agüero en 1851 y en otras posteriores. Trasladado con su familia a Santiago de Cuba, su precaria situación económica le hizo aceptar un puesto de pagador de Obras Públicas. Se han formulado diversas hipótesis sobre su desaparición, entre las cuales no se descarta el suicidio.
Su poesía se inscribe en una línea eminentemente popular, que ha mantenido su vigencia hasta nuestros días.[1] Su único poemario, Rumores del Hórmigo,[2] ha alcanzado varias ediciones desde su aparición en 1856.[3] Sus versos espontáneos y fluidos brotan desde un punto de vista esencialmente campesino y captan la naturaleza criolla con lujo visual y auditivo.[4] Aparte de la zona más ligera y circunstancial de su obra —ubicada por la crítica, de manera general, dentro de las tendencias criollista y siboyenista—, existe otra que enrumba hacia lo satírico y grotesco, en donde aflora su amargura y frustración a través de un cáustico humorismo.[5]
De acuerdo con Gastón Baquero, El Cucalambé escribió “nuestro único romancero. […] cantó a la naturaleza, buscó unas raíces difíciles, aunque agradables, evocando a una indiada heroica, caballeresca, patriótica, y trajo a la poesía aquellos temas montunos —en vocabulario y en anécdota—, que los poetas cultos no propagaron jamás. […] Lo de Nápoles Fajardo es la aventura inocente, maravillada, del hombre natural y sencillísimo frente al paisaje arrobador, frente al descubrimiento siempre solemne del amor”.[6] [Tomado de Poesía cubana de la colonia. Antología, selección, prólogo y notas de Salvador Arias, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, p. 117.
(Nota modificada por el E. del sitio web)].
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “Ningún poeta populista, con la excepción de Fornaris, llegó a tener el arraigo de Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en nuestro pueblo. Sus décimas son cantadas en la sitiería, en las fiestas guajiras. Nuestros trovadores lo tienen, junto con Fornaris, como un maestro. Lo quieren y lo recuerdan”. [José Lezama Lima: “Prólogo a una antología” (Antología de la poesía cubana, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965, 3 t.), La cantidad hechizada, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2014 (edic. digital), p. 303].
[2] “Sin rozar desde luego la categoría americana del Martín Fierro, los Rumores del Hórmigo […] dan la nota vernácula más importante de nuestro siglo XIX”. (CV: “Recuento de la poesía lírica en Cuba. De Heredia a nuestros días”, Obras 3, Crítica 1, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2000, p. 9).
[3] “Rumores del Hórmigo, el fruto más sazonado de la ‘cubanización’ exterior de la poesía. Aunque la llamamos exterior por el hecho de fundarse en temas vernáculos que no se referían a la intimidad del poeta, ello no significa que esa producción nativista no expresara también, a su modo, como hemos visto, el alma del país encarnada en su cantor. Mejor sería, quizás, llamarla ‘cubanización explícita’, por contraste con la otra línea más secreta y silenciosa de cubanización implícita de la mirada y el sentimiento”. (CV: “Sexta lección: La interiorización del tono. La obra de Zenea. Significación de Luisa Pérez. Su hermana Julia. Primera caracterización de lo cubano”, Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, ob. cit., p. 139).
[4] “La fuerza real de su canto deriva de la convicción profunda de ser el cantor destinado de los campos de Cuba. Esta seguridad, esta sensación de destino que domina lo mejor de su obra, le da el aplomo, la decisión y hasta la humilde solemnidad de sus octavas “Al pueblo de Camagüey”, con las que se inicia la colección central de sus décimas, muchas de las cuales se cantan todavía en los campos. Fue el único que logró ser aceptado a plenitud por el pueblo, entrar totalmente en su vida, y durante las guerras de Independencia eran sus versos compañía casi inconsciente del mambí. Mereció este premio por haberse dirigido con derechura y limpieza al corazón del pueblo”. (CV: “El Cucalambé”, Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, ob. cit., pp. 127-128).
“El misterio de su muerte es el mismo de su obra. […] Este desaparecido aparece innumerablemente cada día, con el alba guajira y la canturría nocturna. Por él la poesía completa su invasión de la isla, […] desplegada con la cresta punzó de la décima en la base campesina del país”. (CV: “Poetas cubanos del siglo XIX. Semblanzas” (1968), Obras 3, Crítica 1, ob. cit., p. 228).
[5] “hay otro Cucalambé, generalmente desatendido, y es el violento y fantástico de sus sátiras, letrillas, sonetos, epístolas, fábulas, donde asoma una amarga poesía personal y, por vez primera con suficiente vigor, el grotesco cubano. // […] cuando leemos los amargos poemas satíricos de Nápoles Fajardo, que son sus versos más personales; cuando oímos el martilleo rabioso de esos esdrújulos, donde impera una visión hiperbólica, grotesca, hiriente y herida de nuestra realidad, comprendemos que aquellas aéreas y decoradas estampas cubanas son la obra de un artista consciente, de un poeta que quiso, renunciando a todo lirismo confesional o subjetivo, salvar para su pueblo la trova humilde, delicada y viril que estaba latiendo en nuestros campos”. (“El Cucalambé”, ob. cit., pp. 137-138, respectivamente).
[6] Gastón Baquero: “Dos temas cubanos: Fotuto y El Cucalambé” (Diario de la Marina, 11 de julio de 1948), Paginario disperso, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, p. 36.