VISIÓN DE LA NATURALEZA Y EL HOMBRE NUESTRO
Cuando José Martí arriba a Santo Domingo, en febrero de 1895, está en el colmo de sus facultades humanas y poéticas. El dolor del hombre, la “agonía” de la patria,[1] lo han afinado como un instrumento maravilloso. Su mirada es un cenit.[2] Por eso al enfrentarse con el paisaje y el hombre antillanos, lo ve todo con ojo de piedad entrañable, que no significa lástima sino participación en la luz del espíritu.
Le interesa en seguida el lenguaje antillano: “La frase aquí es añeja, pintoresca, concisa, sentenciosa: y como filosofía natural”. Le interesa en seguida, y más, el que habla, su misterio: “El que habla es bello mozo, de pierna larga y suelta, y pies descalzos, con el machete siempre en puño, y al cinto el buen cuchillo, y en el rostro terroso y febril los ojos sanos y angustiados”.[3] En la adjetivación de la última frase ya está la penetración, no psicológica, sino poética, amorosa, secreta, participante.
Los retratos son prodigiosos. Véanse el de Don Jacinto,[4] el de Ceferina Chávez,[5] el del guía haitiano,[6] el de Nephtalí,[7] el del “eterno barbero”.[8] Los paisajes, de una plenitud que desconocían nuestras letras, y las españolas de su tiempo: —“Nos rompió el día, de Santiago de los Caballeros a la Vega, y era un bien de alma, suave y profundo, aquella claridad. A la vaga luz, de un lado y otro del ancho camino, era toda la naturaleza americana […]”.[9] Y así hasta: “De autoridad y fe se va llenando el pecho”.[10] O bien el inolvidable, realísimo y como soñado paisaje de costa: “A paso de ansia, clavándonos de espinas, cruzábamos, a la media noche oscura, la marisma y la arena […]”.[11]
Le interesa la ciencia campesina; ve los tipos pintorescos, sin quitarles su color y sabor local ni su extravagancia, antes subrayándolos como dignidades propias: cada hombre, un rey. Así como hace con una sala, que de un “ojeo”, dice, la copia,[12] igual hace con un pueblo.[13] Véase la minuciosidad de lo que ve en Ouanaminthe un sábado[14] y en Petit Trou el domingo siguiente: “Como un cestón de sol era Petit Trou aquel domingo […]”.[15] Léase todo, que todo es joya. Señalo tres: “Y abrí los ojos en la lancha, al canto del mar […]”.[16] “Pasan volando por lo alto del cielo, como grandes cruces, los flamencos […]”.[17] Y, sobre todas, la página absoluta de este cuaderno: “David, de las islas Turcas […]”,[18] quizás el más bello elogio que hizo, y el mayor ejemplo de su participación con los humildes.[19]
Pero leer el Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos es como leer un texto sagrado. El estilo resulta mucho más rápido, más urgido, a puro apunte y cifra. Mundos del alma se acumulan en palabras sueltas, en pausas hondas. La despedida, en tres trazos: “Lola, jolongo, llorando en el balcón”.[20] La llegada (la inmensa llegada) en dos: “Salto. Dicha grande”.[21]
Lo antillano (que desde lejos puede parecer lo mismo) no es igual a lo cubano. Ahora sentimos otra cosa. Menos ondulación y blandura en la atmósfera, en el paisaje, en el habla; ningún pintoresquismo; algo más ardiente, más velado, más seco y despegado sobre el fondo cariñoso. Es también la tensión, la fraternidad en el peligro, el fervor de la guerra.
No se reposa este Diario, como el anterior,[22] en escenas y cuadros aislables. La agitación de la marcha, la apretura del apunte, lo impiden. Comidas agrestes, medicina guajira, cuentos de la otra guerra, se agolpan y mezclan, en el libre y azaroso fluir de las jornadas, con rápidos esbozos humanos, y venturas del paisaje, y preocupaciones crecientes de Martí por el destino de la Revolución. Su mirada es ya una centella. Lo ve todo, hasta el fondo: la solicitud cariñosa, el pudor de los hombres, la pena callada; y también la corrupción, la miseria, el recelo.
Rara vez le solaza la prosa. Pero en las vislumbres fúlgidas nos prende, y coge, como nunca antes, lo cubano en su plenitud natural y espiritual. Veamos algunos pasajes, sin perder detalle. Ya aquí todo (cada palabra, cada giro, cada pausa, cada signo de puntuación) es esencial.
Primero, escenas de la marcha:
Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey, de pina estrellada. Vemos, acurrucada en un lechero, la primera jutía. Se descalza Marcos, y sube. Del primer machetazo la degüella: “Está aturdida”, “Está degollada.” Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara: “¡qué dulce!” Loma arriba. Subir lomas hermana hombres.[23]
(Es tan absoluto su modo de nombrar, que las plantas parecen cuerpos gloriosos, llenas de otra luz radiante: “yaya de hoja fina”, “cupey, de piña estrellada”. En seguida aparece la jutía, y en el machetazo que la degüella, toda la intemperie cubana. Lo aforístico, la ley escondida en cada experiencia, salta natural).
Todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del General, desuella la jutía. La bañan con naranja agria, y la salan. El puerco se lleva la naranja, y la piel de la jutía. Y ya está la jutía en la parrilla improvisada, sobre el fuego de leña. De pronto hombres: “¡Ah hermanos![”] Salto a la guardia. La guerrilla de Rúen, Félix Rúen, Galano, Rubio, los 10.—Ojos resplandecientes.[24]
(El idioma, atestado de realidad.[25] Estamos viendo ese “fuego de leña”, sus lenguas entrando ávidas en la luz. “De pronto” [todo sucede así, por apariciones y desapariciones súbitas], los otros carbunclos, el cargado y misterioso brillo fugaz [la sed, que él ve siempre] de los que llegan: “ojos resplandecientes”).
Pronto llegan también, reproduciéndose un gesto inmemorial, las sagradas ofrendas:
Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José, cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal.—Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una palma y una estrella.[26]
(Hasta la gravedad del destino se transfigura entre nosotros como ingravidez dichosa, ligereza, aire).
Veamos ahora el retrato de un mozo, mínimo y magistral, con arte ávido:
El Pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de ébano.[27]
Y el retrato de un espía. (¡Cómo ve siempre, secreta, la angustia! ¡Y cómo se le desborda, en vena que sin quererlo él nos regocija, la sobreabundancia de la expresión!):
Se fue a la centinela, y se escurrió. Descalzo, ladrón de monte, práctico español: la cara angustiada, el hablar ceceado y chillón, bigote ralo, labios secos, la piel en pliegues, los ojos vidriosos, la cabeza cónica. Caza sinsontes, pichones, con la liria del lechugo.[28]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber”. (JM: “Carta a Federico Henríquez y Carvajal”, Montecristi, 25 de marzo de 1895, Testamentos. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, p. 24).
[2] “Su mirada no es analítica sino vidente, sintetizadora; su inteligencia no es causalista sino poética, hija del rapto súbito”. (Cintio Vitier (CV): “Martí futuro” (1964), Obras 6. Temas martianos 1, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2004, p. 141).
A propósito, Gastón Baquero escribía: “En Martí se toca su capacidad para abrir los ojos y llevarse de una ojeada todo un paisaje. / Sus enormes ojos, candentes, llenos de resplandores, se concentraban sobre las cosas, breve, rápidamente, pero le apresaban el alma, le secuestraban el interior. Pudo así, viviendo poco, aprender mucho, y saber más. […] En su vuelo, almacenaba de todo lo que veía allá abajo, y luego lo volcaba sobre el papel con abundancia de cornucopia derribada por un golpe de viento”. [“Martí y lo cubano” (Diario de la Marina, 27 de enero de 1952), Paginario disperso, selección e introducción de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, pp. 65-66].
[3] JM: Diarios de campaña. Edición anotada, investigación y apéndices de Mayra Beatriz Martínez, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2014, p. 20. (Las cursivas son de CV).
[4] Ibíd., pp. 20-21.
[5] Ibíd., pp. 29-30.
[6] Ibíd., p. 37.
[7] Ibíd., p. 39.
[8] Ibíd., pp. 48-49.
[9] Ibíd., p. 27.
[10] Ídem.
[11] Ibíd., p. 52.
[12] “De un ojeo copio la sala, embarrada de verde, con la cenefa de blando amarillo, y una lista rosada por el borde. El aire mueve en las ventanas, las cortinas”. (Ibíd., p. 40).
[13] En “Las imágenes en ‘Nuestra América’”, escribe Cintio que es en el Diario de campaña “donde su capacidad de videncia física y espiritual alcanzó la máxima velocidad y precisión. De un ojeo, también, copia la historia, solo que su copia es de esencias trasmutadas en imágenes. Lo que nos ofrece no es una descripción ni un análisis ni, al menos intelectualmente hablando, una síntesis, sino, quizás, lo que Duns Scoto llamó ‘haeceitas’, es decir, lo universal en lo singular o más bien lo universal como singular”. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1991, no. 14, p. 163).
[14] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., pp. 34-35.
[15] Ibíd., p. 40.
[16] Ibíd., p. 48.
[17] “Pasan volando por lo alto del cielo, como grandes cruces, los flamencos de alas negras y pechos rosados. Van en filas, a espacios iguales uno de otro, y las filas apartadas hacia atrás. De timón va una hilera corta. La escuadra avanza ondeando”. (Ibíd., p. 54).
[18] Ibíd., pp. 57-58.
[19] “Su acercamiento entrañable a los dolores y virtudes de la raza negra en América y al esplendor destruido de las culturas indígenas, está en la base de su profundo americanismo literario, pues ello le permitió sentirse espiritualmente mestizo, hermano del esclavo, del preso y del paria. Entendió a la América por dentro, lo que se ve en sus asombrosas evocaciones de ‘Las ruinas indias’ o ‘La pampa’. Partiendo de esa capacidad de identificación a través del tiempo y del espacio, pudo llegar a ser el primer latinoamericano cabal, hijo de todos los pueblos del continente y de las islas del Caribe, primogénito de Bolívar y padre de David, de las islas Turcas, que lo despidió llorando”. (CV: “Martí, el escritor revolucionario” (1975), Obras 7. Temas Martianos 2, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2005, p. 48).
“Entre los hombres y mujeres que más amó, se cuentan grandes héroes, poetas, pensadores, luchadores sociales, pero también verdaderos parias, como David de las Islas Turcas, cuya estampa en el Diario de campaña lo hace emblema vivo de los pobres de la tierra, con los que quiso echar su suerte y por los que murió combatiendo, tanto como por la independencia de su patria en el campo de Dos Ríos”. (CV: “[El sesquicentenario del nacimiento de José Martí]”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, no. 25, p. 249).
[20] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 65.
[21] Ibíd., p. 66.
[22] JM: “De Montecristi a Cabo Haitiano” (14 de febrero-8 de abril de 1895), Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., pp. 17-62.
[23] Ibíd., p. 68.
[24] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 68.
[25] Una expresión equivalente (“palabras atestadas de realidad”) puede encontrarse en el ensayo “Los Versos libres” (1953), Temas martianos. Primera serie, ob. cit., p. 197.
[26] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 69.
[27] Ibíd., pp. 70-71.
[28] Ibíd., p. 73.