Para el que siente temor de acercarse a José Martí, ¿qué momento habría sido el más favorable? De amigo de la familia quizás, sonriéndole cuando apenas ocupaba, levísimo, el más humilde espacio de la patria que nacía con él —sonriéndole con un estremecimiento involuntario. O puede que en la escuela de Mendive, de compañero de colegio, siguiéndolo en alguno de aquellos juegos suyos que habrán sido de los más misteriosos del mundo, o recibiendo, de soslayo, la aclaración de algún punto oscuro, de la historia natural o la humana: que valdría como una iluminación de toda la vida. O escuchándole en su voz los Versos sencillos, en que el idioma castellano alcanzó su segundo momento de esplendor, el momento del verbo, cuando había alcanzado ya, en aquellos otros versos sencillos de San Juan de la Cruz,[2] el momento del nombre —aunque quizás esta ocasión nos habría rebasado el alma. O mejor siendo uno cualquiera de los hombres de corazón sin doblez que lo oyeron hablar por Cuba en la casona de madera donde se trabajaba el tabaco. O a caballo, poniéndonos junto a él el día en que la muerte le cumplió la palabra que no podía menos de haberle dado, enviándole las balas limpias del honor a pleno sol, como, él quería —aunque esto es también presumir de mucho. ¿Qué momento, entonces, habría sido el más favorable?
Cualquiera, digo yo, cualquier momento habría sido y es bueno, porque pocos hombres tienen tanta vida como él y porque él habría sido y es el primero en acercársenos, con solo sentir que lo queremos. Yo lo he visto hace poco enseñando cosas nuevas a dos que dialogan con él a diario —cosas que parecen y están dichas ahora, desde la riqueza inagotable de su palabra. Y a uno de los músicos que nos acompañan esta noche, a uno que lo escucha siempre con el “oído fino del corazón inteligente”, ¿no acaba de entregarle varios poemas que no conocíamos, como si apenas hoy nos los hubiese escrito?
Otras veladas de recordación podrán tener un aire levemente fúnebre, pero no esta. Porque aquí entre nosotros está un hombre en la plenitud perfecta de su edad, un hombre que día tras día ha trabajado junto a los compositores cuyas obras vamos a escuchar, sugiriéndoles cómo sacar la música del verso. Con su delicadeza de toda la vida, él no ha hecho más que propiciarla, deseando solo que su Cuba se enriqueciese. Y yo no voy a tenerlo más tiempo impaciente, sino que bajaré en seguida a ponerme a su lado, que es el de cualquier cubano de veras.
Tomado del Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1972, no. 4, pp. 371-372.[3]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] En la noche del 27 de enero de 1971 la Unión de Escritores y Artistas de Cuba ofreció en su casa de 17 y H una velada en homenaje al 118 aniversario del natalicio de Martí. Las palabras iniciales estuvieron a cargo del poeta Eliseo Diego. A continuación, el compositor e investigador Hilario González disertó sobre “Martí y la canción cubana”. Se brindó después un recital de poemas y canciones con textos del Apóstol. La lectura estuvo a cargo del poeta David Chericián y la parte musical del programa, con Iris Burguet y Ramón Chávez como intérpretes, presentó “Mi jinetuelo” de Cesar Pérez Sentenat; “De cara al sol” y “Un ramo de flores” de Ernesto Lecuona; “Cultivo una rosa blanca” de José Ardévol; “Penas” de Harold Gramatges; “Chanson galante”, “La voz enamorada” y “Corona fúnebre, a la gloria de Ernesto Guevara”, de Hilario González. Estas tres últimas obras se estrenaron en dicha velada y forman parte de un ciclo de canciones martianas de extraordinaria intensidad y belleza. (“Noticias y comentarios”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí, Biblioteca Nacional José Martí, 1972, no. 4, p. 394). Un recital análogo a este, presentado por Cintio Vitier (véase “Música y razón”, ibíd., pp. 372-376), con la actuación de la soprano Iris Burguet, tuvo lugar la noche del 2 de febrero del propio año en la Biblioteca Nacional José Martí. Martí.
[2] Véanse Cintio Vitier: “San Juan de la Cruz (1591-1991)”, Obras 1. Poética, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1997, pp. 236-247; Fina García Marruz: “San Juan de la Cruz: de la palabra y el silencio”, El orden del homenaje, Madrid, Ediciones Huso, 2018, pp. 299-333; y Roberto Méndez Martínez: “El ciervo herido. En torno a la huella de San Juan de la Cruz en los Versos sencillos”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, julio-diciembre de 1992.
[3] Aparece publicado también en Mensajes. Boletín de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, año II, no. 4, 28 de enero de 1971 y en La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 90, febrero-marzo de 1971.