Dos muertos notables.—Un humanitario y un platoniano.—Protección a los animales.—Filosofía trascendentalista.
Nueva York, 15 de marzo de 1888.
Señor Director de La Nación:
Cuando, movidos a bondad por el terror, compartían los cocheros con sus caballos el brandy[2] que reparaba sus fuerzas idas en el temporal de nieve; cuando al caer exhausto su percherón sobre la nevada, salta un carrero del pescante, le afloja los arneses, le pone por almohada la collera, lo abriga con la manta que carga para protegerse los pies, y se quita el propio sobre todo para echárselo encima al animal, que le lame la mano; cuando los gorriones, desalojados por el vendaval de los aleros, eran tratados como huéspedes favoritos en las casas, y reanimados con mimo al fuego de las chimeneas; cuando un gato chispeante, loco de frío, hallaba refugio en los brazos de un transeúnte hospitalario,[3] —moría en Nueva York, pensando en las pobres bestias, un hombre alto y flaco,[4] de mucho corazón y no poco saber, que pasó lo mejor de su vida predicando benevolencia para con los animales. Que no se latiguease a los caballos. Que no se diese de puntapiés a los perros. Que no se ejercitaran los niños en enfurecer a los gatos. Que no clavasen a los murciélagos en las cercas, y les diesen de fumar. Que puesto que el hombre no quiere convencerse de que no necesita de carne para vivir bravo y robusto, ya que ha de matar reses, las mate bien, sin dolor, pronto. Que el que trae tortugas vivas al mercado, no las tenga tres días sin comer como las tiene, sino aunque hayan de morir después, les dé algas y agua. Si las serpientes han de alimentarse con conejos vivos, que se mueran de hambre las serpientes.
Henry Bergh no era hombre vanidoso, que quisiera, por el escabel de la virtud, subir a donde la gente lo viese y celebrase; ni pobretón disimulado, que so capa de filantropía buscara en el oficio de hacer bien, manera fácil de robustecer la bolsa; sino bonísima persona y manchego de raza pura, que no podía ver abuso de fuerza sin oponerle el brazo. Dinero no le hacía falta porque nació rico. Por fama tampoco era, porque como su virtud no era útil a los hombres, no se veía agasajado sino lapidado por ellos.
Jamás se abría un diario sin encontrar una befa a este buen amigo de los animales; que en Inglaterra aprendió a servirse de la ley para amparar [a] los que no tienen manera de pagar a sus favorecedores, por lo que son estos pocos,[5] siendo el favor por lo común no tanto mano tendida como mano que se tiende para que el favorecido deje caer en ella en presencia del mundo como sus celebraciones y sus lágrimas. Volvió Bergh de su viaje a Inglaterra, con aquel cuerpo larguirucho[6] al[7] que quitaban ridiculez la ternura inefable de los ojos y la crianza hidalga, y fundó, con poca ayuda que no fuese la propia, una “sociedad para la protección de los animales”, que pronto tuvo poder legal; tanto, que Bergh mismo fungía de fiscal asesor, y podía, por serlo, parar en las calles el látigo levantado sobre un caballo infeliz, y perseguir ante el juez al castigador. Con ciento cincuenta mil pesos en oro que le dejó el francés Luis Bonard, pudo la sociedad levantar casa suya, cuyo portal arábigo corona un caballo dorado.
Mientras más se burlaban de él, más predicaba Bergh, con tal éxito que ya apenas hay estado de la Unión que no tenga en sus leyes las que él propuso contra el maltrato a las bestias, por cuanto el maltratarlas, sobre ser inicuo, abestia al hombre. Él perseguía cuanto en el hombre nutre la ferocidad. Mientras más sangre coma y beba, decía Bergh, más necesitará el hombre verter sangre. Los pueblos tienen hombres feroces, como el cuerpo tiene gusanos. Se han de limpiar los pueblos, como el cuerpo. Se ha de disminuir la fiera. Él ahuyentó a los peleadores de perros. Él hizo multar y prender a los que concurrían a las peleas, y a los que de cerca o de lejos apostaban. Él extinguió las riñas de gallos. Él acabó con los combates de ratas. Desde muy temprano salía a recorrer los lugares de la ciudad donde trabaja más el caballo, que era su animal favorecido, y con tan sincera bondad procuraba inspirarla a los carreros, que estos llegaron a ver como amigo a aquel “caballero flaco” que salió llorando del juzgado el día en que un abogado alquilón lo llenó de injurias porque pidió el favor de la ley para que un carnicero no hiciese padecer a las tortugas el horror del hambre.
Y como la bondad no anda sola, sino que es precisamente lo que en el mundo necesita más estímulo, no se contentaba Bergh con decir que debía tratarse bien a las bestias, sino que imaginaba las novedades necesarias para su buen trato, y hoy inventaba el carro donde se eleva sin sacudidas al caballo enfermo, y mañana el pescante para alzar de zanjas o cuevas al caballo desfallecido, y luego las palomas de barro, que por todas partes han sustituido ya a las vivas en el tiro de paloma. Los aficionados a la pesca le parecían gente harto fácil de entretener, y de poco más seso que los propios pescados. “No son los carreros, decía, los que me dan más quehacer, sino esos copia-modas majaderos de la Quinta Avenida, que quieren traer a este pueblo humano la bárbara caza de la zorra. Pues lo que dice la hija de la Angot[8] es verdad, porque si habíamos de hacer nuestra independencia para imitar ahora las cacerías en que los lores antiguos se enseñaban a cazar hombres, no valía la pena de cambiar de gobierno”.
Así vivió este hombre, consolando niños, fundando para su amparo una sociedad ya rica y fuerte, haciendo bien a aquellos que no podían agradecérselo, mejorando a sus semejantes. Su benevolencia fue más loable porque vivió siempre enfermo. Los versos eran su ocupación en las horas de ocio, y deseando hallar el sentimiento donde todavía impera, concurría asiduamente al teatro. Escribió dramas, y se los silbaron, sin que por eso se le agriara el alma noble contra el arte en que le fue negada la excelencia a que llegó sin esfuerzo en las más difíciles virtudes. Escribir es, en cierto modo, tarea de hembra. No se debiera escribir con letras, sino con actos.
Y en estos mismos días han muerto botánicos famosos como Asa Gray[9] y William Corcoran,[10] tan célebre por el atrevimiento en sus empresas como por la generosidad con que ha empleado en el bien público lo más de su fortuna; y David Locke,[11] que con las célebres sátiras de Petroleum V. Nasby,[12] saboreadas por Lincoln, dejó escrita una como historia moral de la guerra con el Sur, que es fuente de humanidad y modelo de burla útil, donde se ven los móviles secretos, y culpas y vanidades de la gloria.
Pero ¿quién de ellos vivió tan puramente como el viejecito soñador que se sentaba todas las mañanas tras los cristales de sus salas célebres de Concord,[13] a saludar con un gesto de la mano, semejante al de quien da la bendición, a todos los que pasaban por aquel camino? ¿Quién, ni el más duro negociante, no devolvía el saludo con ternura al filósofo sin mancha, al amigo de los árboles, al que jamás puso carne en su mesa, al compañero de Thoreau[14] el cronista, y del augusto Emerson, a Amos Bronson Alcott?[15]
Así como la poesía, de puro comprimida, estalla con más luz y música, allí donde, por no ser cualidad de todos, se acendra con la soledad y la indignación en quien posee su estro terrible, así la vida poética de este filósofo platónico, que salió a vender libros cuando mozo y volvió del viaje haciéndolos, llevó en su pueblo áspero y atareado al reposo celestial y la albura de la nieve. Mientras lo brutal fuese más; más claro era su deber de no serlo. Para que lo blanco se pueda ver, que resplandezca. Si los hombres nutren con sus malas prácticas lo que tienen de fieras, yo haré con las mías por nutrirles lo que tienen de paloma. Puesto que hay tanto hombre-boca, debe haber de vez en cuando un hombre-ala.
El deber es feliz, aunque no lo parezca, y el cumplirlo puramente eleva el alma a una gustosísima dulzura. El amor es el lazo de los hombres, el modo de enseñar, y el centro del mundo. Lo que dijo Platón, debe repetirse hasta que los hombres vivan conforme a su doctrina. Se debe enseñar conversando, como Sócrates. La inteligencia no es más que la mitad del hombre, y no la mejor: ¿Qué escuelas son estas donde solo se educa la inteligencia? Siéntese el maestro mano a mano con el discípulo, y el hombre mano a mano con el hombre, y aprenda en los paseos por el campo el alma de la botánica que no difiere de lo universal, y en sus pájaros y animales caseros confirme la identidad de lo creado, y en este conocimiento, y en la dicha de la bondad, viva sin la brega pueril y los tormentos sin sentidos a que conduce aquel bestial estado del espíritu en que dominan la sensibilidad y la arrogancia.
¡No sabe de la delicia del mundo el que desconoce la realidad de la idea y la luminosidad espiritual que produce el constante ejercicio del amor! Prefiere el alma del corazón a la de la mente, y a la de la región de los deseos; pero la hegemonía no ha de ser de un alma sola, sino de la relación saludable de estas tres. Del espíritu vienen dichas que hacen innecesaria la muerte, porque contienen el desvanecimiento de gozo y descanso lumíneo que a la muerte, más por esperanza que por certidumbre, se supone; pero así como el juicio madura la sensibilidad, y por el sentimiento conocido sube al deleite el hombre, así ha de cuidarse el cuerpo, cuya armonía predispone a lo espiritual, porque en lo corpóreo, como en lo del espíritu, la salud es indispensable a la belleza, y esta, en el hombre como en el mundo de que es suma, depende del equilibrio. Así predicó Bronson Alcott, y así vivió. Su casa era un cenáculo; su familia, una guirnalda; su vida fue un lirio.
¿De dónde, sino del trabajo y la vida natural había de venir hombre tan puro?
No nació en la ciudad, que extravía el juicio, sino en el campo, que lo ordena y acrisola.
Su padre era un labrador. Él, y el perro y el caballo, fueron sus primeros amigos. Puso en los conciertos y enseñanzas del mundo el oído que traía preparado por la naturaleza: así que, cuando su padre, viéndolo inteligente y locuaz, creyó—como los padres suelen—que debía ejercitar en los engaños provechosos del comercio estas dotes benditas, él no comerció con su baúl de libros, que en un caballejo le pusieron para que les buscase comprador por las aldeas, sino que fue libro vivo, a quien los campesinos oían con gozo, y con asombro de que les hablase tan al corazón sobre la poesía de sus faenas y el modo de ser feliz aquel barbilampiño, a quien de buena gana daban cama donde dormir, y pan y mantequilla.
El baúl de libros volvió poco menos que entero; y Bronson Alcott puso su primera escuela, y con ella el cimiento de su fama y de su renombre de innovador; porque si ahora castigan aquí corporalmente en las escuelas públicas, entonces era cosa de sacar la sangre de las manos y las posaderas, lo que indignó a Alcott tanto que, por no imponer torturas a sus discípulos, ni la del libro les impuso, prefiriendo inculcarles, con un amor no exento de la firmeza necesaria, la ciencia que él enseñaba conversando al niño en sus resultados y conjunto, que es como a la niñez agrada y aprovecha, no en el estudio largo y descosido de los meros modos de conocer que ni le satisfacen su impaciencia natural, ni le disciplinan con tanta suavidad y eficacia la mente, ni le revelan con el ajuste y sentido de cuanto ve, la ley de su propia dicha y la del mundo.
Crecían a la vez su fama y sus censores. Da grima leer lo que sacerdotes y poetas y maestros escribieron, cuando Alcott fundó su célebre Temple School[16] en defensa del castigo corporal y de la enseñanza rutinaria.
Desenvuélvase desde el hombre entero, el moral y el intelectual y el físico, por medios suaves que lo obliguen a la suavidad, que en vez de rebajarlo ayuden a enaltecerlo, que no contradiga la ley universal y su destino, que o es un crimen de la naturaleza, o es el amor. Edúquese en el hábito de la inquisición, en el roce de los hombres, y en el ejercicio constante de la palabra a los ciudadanos de una república que vendrá a tierra cuando falten a sus hijos esas virtudes. ¡Lo que estamos haciendo son abogados, y médicos, y clérigos, y comerciantes; pero ¿dónde están los hombres?![17] ¡La misma cristiandad se va del mundo porque los ministros enseñan la letra con cuyo magisterio prosperan, no el espíritu que revela la pequeñez de ellos, y la grandeza de la creación, cuyo conocimiento, con la fe que viene de él, es indispensable a la felicidad del hombre!
“Tu sistema es justo”,[18]―le dijo Emerson, que jamás temió abogar por la razón desamparada; “no te amedrenten los enemigos de la luz y la bondad: no abandones tu predicación un solo minuto”.
La escuela, tuvo que abandonarla: pero no su predicación, ni aquella superior finura de alma con que en el comercio diario de estas nobles ideas fue tomando su vida tal esplendor, tal fama su casa, magia tal su discurso, que de todas partes del país venían a oír al autor de los Tablets[19] que eran como los apotegmas de este nuevo platonismo, al que escribió ideas que parecían claridades en aquel célebre Dial donde la filosofía trascendental quedó más bella cuando él la dotó con sus “Versículos orfeicos”, al filósofo ilustre entre los trascendentalistas, que quisieron conformar los accidentes del mundo a su esencia, el hombre al Universo y la vida a su fin. Iban a oírlo hablar, como sus discípulos a Sócrates, a quien se pareció en esto y en la lucidez con que explicaba la idea del mundo, pero no en la ironía, porque la de Alcott era más bien indignación, ni en Jantipa[20] tampoco, porque le hacían la existencia muy llevadera en la pobreza constante una mujer que no le tuvo a mal su alma apostólica, y el coro de sus hijas.[21]
Por fin hubo días fijos para aquellos discursos, cuyo tema se repartía escrito de antemano, y desenvolvía Alcott más en monólogos que en diálogos, tan sublimes a veces que un amigo le conoció a otro que venía de uno de ellos “por el resplandor del rostro”. Se retiró a Concord, como Plotino a su Campania,[22] y como él, y no con mejor éxito, quiso fundar en medio de los hombres un modelo de la vida ideal, en una casa de campo rodeada de poca tierra labrantía; pero ya para entonces no tenía Alcott enemigos, como el de Licópolis,[23] ni deslució, como Plotino deslució, con temas de escuela y verba sofísticas, la elevación y sencillez de aquella dichosa y como fúlgida doctrina. Con ella en los labios ha muerto. ¡Fue mal hombre de negocios!
La Nación, Buenos Aires, 29 de abril de 1888.
[Copia digital en CEM]
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2018, t. 28, pp. 108-114.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Véase la crónica homónima, publicada en El Partido Liberal, de México, el 7 de abril de 1888. (OCEC, t. 28, pp. 115-121).
[2] En inglés; brandi.
[3] Véase la crónica “Nueva York bajo la nieve”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 27 de abril de 1888. (OCEC, t. 28, pp. 102-107).
[4] Henry Bergh, fallecido el 12 de marzo de 1888.
[5] Se añade coma.
[6] En La Nación: “larguiruto”.
[7] En La Nación: “a”.
[8] Alusión al protagonista de la opereta de Charles Alexandre Lecocq, La fille de Madame Angot.
[9] Falleció el 30 de enero de 1888.
[10] Errata en La Nación: “Willian”. William W. Corcoran, fallecido el 24 de febrero de 1888.
[11] David. R. Locke falleció el 5 de febrero de 1888.
[12] Seudónimo de David. R. Locke.
[13] Ciudad capital del estado de New Hampshire, Estados Unidos.
[14] Errata en La Nación: “Horean”. Henry D. Thoreau.
[15] Fallecido el 4 de marzo de 1888.
[16] Colegio fundado por Amos Bronson Alcott en el que se eliminó la enseñanza memorística y rutinaria, y se prohibió el castigo corporal, en su tiempo un paso de progreso en la enseñanza estadounidense, de carácter esencialmente memorístico.
[17] Se añade signo de admiración de cierre.
[18] Se añade comilla de cierre.
[19] Textos para la enseñanza religiosa, cuya particularidad es su formulación concisa, según el sistema de enseñanza del Temple School que fundara Amos Bronson Alcott.
[20] En La Nación: “Xantipa”.
[21] Véase el texto “La originalidad literaria en los Estados Unidos”, dedicado por Martí a la escritora estadounidense Louise May Alcott, hija de Amos Bronson Alcott. Fue publicado en El Economista Americano, Nueva York, en marzo de 1888 (OCEC, t. 28, pp. 143-145). (Nota del E. del sitio web).
[22] Antigua región de Italia meridional.
[23] Nombre griego de la ciudad del Egipto antiguo llamada Sauty, junto al río Nilo. Su nombre actual es Asiut, y es la capital de la gobernación homónima