AL DIRECTOR[1] DE THE NEW YORK HERALD

     [Jarahueca, 3 de mayo de 1895]

 The New York Herald ofrece noblemente a la Revolución cubana por la independencia de la Isla y la creación de una República durable, la publicidad de su diario; y es nuestro deber, como representantes electos de la Revolución, vigentes hasta que ella elija los poderes adecuados a su nueva forma, expresar de modo sumario al pueblo de los Estados Unidos y al mundo, las razones, composición y fines de la Revolución que Cuba inició desde principio del siglo, que se mantuvo en armas con reconocido heroísmo de 1868 a 1878, y se reanuda hoy por el esfuerzo ordenado de los hijos del país dentro y fuera de la Isla, para fundar, con el valor experto y el carácter maduro del cubano, un pueblo independiente, digno y capaz del gobierno propio que abra la riqueza estancada de la Isla de Cuba, en la paz que solo puede asegurar el decoro satisfecho del hombre, al trabajo libre de sus habitantes y al paso franco del Universo.

     Cuba se ha alzado en armas, con el júbilo del sacrificio y la solemne determinación de la muerte, no para interrumpir con patriotismo fanático, por el ideal insuficiente de la independencia política de España, el desarrollo de un pueblo que hubiera podido llegar en paz a su madurez. sin estorbar el curso acelerado del mundo que en este fin de siglo se ensancha y renueva, sino para emancipar a su pueblo inteligente y generoso, de espíritu universal y deberes especiales en América, de la nación española, inferior a Cuba en la aptitud para el trabajo moderno y el gobierno libre, y necesitada de cerrar la Isla, exuberante de fuerzas naturales y del carácter creador que las desata, a la producción de las grandes naciones para mantener, con el ahogo violento de un pueblo útil de América, el mercado único de la industria española, y los rendimientos con que paga Cuba las deudas de España en el continente, y sostiene en la holganza y el poder a las clases favorecidas e improductoras, que no buscan en el trabajo viril la fortuna rápida y pingüe que desde la conquista de España en América esperan un día u otro obtener, y obtienen, de los empleos venales y gabelas inicuas de la colonia.

     El pensamiento superficial, o cierta especie de brutal desdén, deshonroso solo―por la ignorancia que revela―para quien se muestra así incapaz de respetar la virtud heroica, puede afirmar, con increíble olvido de la pelea intelectual y armada de Cuba en todo este siglo por su libertad, que la revolución cubana es el prurito insignificante de una clase exclusiva de cubanos pobres en el extranjero, o el alzamiento y preponderancia de la especie negra en Cuba, o la inmolación del país a un sueño de independencia que no podrán sustentar los que la conquisten. El hijo de Cuba, levantado en la guerra y en el trabajo de la emigración durante un cuarto de siglo a tal plenitud moral, industrial y política, que no cede a la del mejor producto humano de cualquier otra nación, padece, en indecible amargura, de ver encadenado su suelo feraz, y en él su sofocante dignidad de hombre, a la obligación de pagar, con sus manos libres de americano, el tributo casi íntegro de su producción, y el diario y más doloroso de su honra, a las necesidades y vicios de la monarquía, cuya composición burocrática, y perpetua privanza de los factores nulos y perversos de la sociedad, nacida en las encomiendas y mercedes de América, le impide permitir jamás a la atormentada Isla de Cuba, que, en la hora histórica en que se abre la tierra y se abrazan los mares a sus pies, tienda anchos sus puertos y sus aurígeras entrañas, al mundo repleto de capitales desocupados y muchedumbres ociosas, que al calor de la República firme hallarían en la Isla la calma de la prosperidad y un crucero amigo.

     Los cubanos reconocen el deber urgente que les imponen para con el mundo su posición geográfica y la hora presente de la gestación universal; y aunque los observadores pueriles o la vanidad de los soberbios lo ignoren, son plenamente capaces, por el vigor de su inteligencia y el ímpetu de su brazo, para cumplirlo: y quieren cumplirlo.

     A la boca de los canales oceánicos, en el lazo de los tres continentes, en el instante en que la humanidad va a tropezar a su paso activo con la colonia inútil española en Cuba, y a las puertas de un pueblo perturbado por la plétora de los productos de que en él se pudiera proveer, y hoy compra a sus tiranos, Cuba quiere ser libre, para que el hombre realice en ella su fin pleno; para que trabaje en ella el mundo, y para vender su riqueza escondida en los mercados naturales de América, donde el interés de su amo español le prohíbe hoy comprar. Nada piden los cubanos al mundo, sino el conocimiento y respeto de sus sacrificios: y dan al Universo su sangre. Un ligero estudio de la composición nacional de España y de Cuba, basta a convencer a una mente honrada de la justicia y necesidad de la Revolución, de la incompatibilidad de carácter nacional, por sus raíces diversas y sus distintos grados de desarrollo, entre España y Cuba, de los objetos encontrados, y por tanto llamados a choque, de ambos pueblos en la sujeción violenta a la metrópoli europea y retrasada, de la isla americana, contemporánea y laboriosa, y de la pérdida de energía moderna que envuelve la dependencia de un pueblo ágil y bueno, en la época más trabajadora y fraternal del mundo, de un trono obligado, por la viciosa constitución individual de sus mayorías decadentes, a negar la maravilla natural de Cuba, y el factor enérgico del carácter cubano, a la obra unida, e idéntica sobre sus conflictos superficiales, de las nacionalidades del orbe.

     Ligadas hace cuatrocientos años las regiones españolas, ásperas y celosas, contra el moro superior afeminado en la molicie, vino, en mal hora para España, a cuajarse la monarquía y unificarse en la conquista, como todas las conquistas, fatal para el vencedor, de las tierras desnudas de América. De sus productos se enriqueció, y con la posesión perenne de las Indias se aquietó y empleó, bajo los reyes, la población soldadesca y aventurera con que se fundó en España la nacionalidad; y a lo más lerdo era entregado, como menor oficio, el trabajo penoso de la tierra y las industrias, porque la tentación de América arrancaba lo más intrépido y capaz del país, y aun de las clases menores de las llanezas, creaba con la aspiración primero, y luego con la satisfacción, una como orden vagabunda y copiosa de caballería. Amor, peleas y letras, fueron siempre en el español, sobrio hasta hace poco, alimento bastante a su vida prodiga e imaginativa; y América vino a ser tan ancha abra de riqueza robusta o pasajero lucro, que a ella y a sus rendimientos fueron amoldándose en España la vida pública y el carácter personal, que en la riqueza cubana, creciente por la solicitud del comercio, el privilegio de la esclavitud y la laboriosidad criollas, a pesar del gobierno predatorio, rehallaron las fuentes que con la pérdida de las colonias continentales les parecían cegadas. La imitación pegadiza, en la España reciente, de las formas suntuosas de la vida moderna, sin la industria y empuje que en los pueblos brillantes de Europa la crean y excusan, ha aumentado en el pueblo español las necesidades de la existencia, sin aumento correspondiente de las fuentes de producción, que en lo privado continúan siendo, en porción muy principal, las granjerías cubanas. España es esta, en su relación con Cuba.

     ¿Qué es Cuba en tanto?

     Enamorada, a la guía de sus preclaros varones, desde la cuna liberal del siglo, de las ideas y ejercicios del mundo nuevo, y dotada la mente isleña de singular poder de análisis y moderación, buscó Cuba en las naciones pensadoras, y trajo de ellas, un ideal superior a la agria condición de factoría de siervos que envilecía rápidamente a los naturales; y cuando estas ansias de libertad fructificaron en la Revolución de 1868, aquel pueblo de hombres verdaderos redimió en su primer acto de nación la esclavitud negra que le daba a la vez soberbia de amo y gozos de opulencia; y sus mujeres se fueron a los montes a acompañar, vestidas de telas de árbol, a los maridos que peleaban por la libertad; y sus magnates incendiaron sonriendo las casas de sus pergaminos y señoríos. Los letrados regalones anduvieron diez años por el bosque con la República a la espalda, sin más alimento a veces que los animales desdeñados y las raíces salvajes. Los jóvenes elocuentes, con el rifle al hombro, buscaron tribuna a la sombra de los árboles. El petimetre enamoradizo aprendió, en un golpe de alma, a cercenar de un machetazo las cabezas de la tiranía. El marqués descalzo enterraba con sus manos, en el silencio de las selvas, a la compañera que trajo a cuestas a la sepultura. La república nació, imperfecta como un gigante niño, de aquellos ancianos solariegos y demócratas imberbes, y se ganaron batallas en que tres centenas de hombres dejaban por tierra a quinientos siete enemigos, y en los montes, fecundados por la Revolución, surgían siembras, fábricas y talleres. Y cuando el hábito de localización, criado, a favor de la inexperiencia de los héroes, aisló y vició la guerra, y la perturbó de modo que pudo disuadirla el español, continuó el pueblo de Cuba, audaz e inteligente, esparcido en los trabajos más diversos por los países hábiles de la tierra; vino, en las personas de muchos de sus mantenedores, a buscar en el goce y la práctica de la libertad en los pueblos americanos, el consuelo al eclipse de la propia, y en la fatiga de la vida reemplazó con la autoridad y sustancia del trabajo, la timidez y desconfianza que aún se notan, como elemento detractor y deprimente, y consecuencia de los privilegios de la esclavitud, en los elementos que se han criado más cerca del cadalso y del vicio oficial en la sociedad cubana. Los que vivían en Cuba, los veteranos y sus hijos o émulos, acumulaban en el dolor y laboriosidad inútil, y bajo el vejamen continuo, la indignación que, con fuerza de carácter, estalla ahora al llamamiento de los patricios de nuestra libertad. De la tradición de sus hombres, de lucidez propia y rebelde; de la veneración de los mártires de la independencia; del largo ejercicio en la guerra y el destierro del poder humano de abnegación y de creación, y del conocimiento y práctica de la vida liberal y trabajadora en las naciones ejemplares, surge a la vida política el hombre cubano verdadero, blanco o de color, con variedad de profesiones y sabiduría, con desusado despejo e inventiva, y con hábitos de tolerancia y convivencia que exceden, o por lo menos igualan, las fuentes de discordia, que sin la guerra y el trabajo común hubieran ahogado tal vez una república constituida de súbito por la relación artificial política entre amos y siervos, sin la sanción y prueba lenta de la realidad gradual. Así, templado al fuego de la vida corriente, es el pueblo cubano. Él conoce las fuerzas de su naturaleza, y ansía deshelarlas. Él habla las lenguas vivas del mundo, y piensa con facilidad en las principales de ellas. Él brilla por su cultura superior, como quien más, en los centros humanos, donde más se brilla, y en sus hijos humildes ya ha creado un carácter constante, moderado e iniciador. Él ha alzado de sí, frente a la sociedad apagada e incrédula de la colonia, un pueblo sereno, que se ofrece sin miedo al examen de los hombres justos, seguro de su simpatía y aprobación. ¿Y este carácter nacional cubano vivirá atado, por el permiso culpable de las naciones libres, a la necesidad española de demandarle tributo para mantener a sus clases perezosas, huídas del concierto humano, en la holganza y lucro que en los diez años de la guerra se tiñeron hasta la garganta, y pueden volver a teñirse ahora, con licencia o ayuda de repúblicas madres, en la sangre más pura de la nación cubana?

     Esa composición del carácter del hijo de Cuba explica su capacidad para la independencia, que la respetará todo pueblo honrado que la conozca, y un apego tal a su emancipación, que no sería justo desdeñarlo u ofenderlo. Ella explica también la vaga tendencia de los cubanos arrogantes o débiles, o desconocedores de la energía de su patria, a apoyar su sociedad naciente y el señorío social con que quisieran imperar en ella, en un poder extraño que se prestase sin cordura a entrar de intruso en la natural lucha doméstica de la isla favoreciendo a su clase oligárquica e inútil contra su población matriz y productora, como el imperio francés favoreció en México a Maximiliano. Una república sensata de América jamás contribuiría a perpetuar así, con el falso pretexto de incapacidad de Cuba, el alma de amo que la sabiduría política y la humanidad aconsejan extirpar en un pueblo puesto por la naturaleza a ser crucero pacífico y próspero de las naciones.


Nota:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Eaton Silvester Drone.