GRABADOS PARA EL DIARIO DE UN NIÑO
(Corazón)
1
“después entró un caballero
con sombrero de copa
y todos dijeron: es el médico”.
NEGROS la barba, el maletín, el traje,
desciende por las calles matinales
al recorrido diario. En la acera, estrecha,
ve al niño herido. Una vecina explica.
¡Mano expresiva, bajo el azul abierto
de una calle italiana, qué bien luce el dolor
por el que todos entran y salen, compadecen!
Todos hablan a un tiempo. El niño mira
los kepis de los guardas, el chal rojo
de alguien que no conoce. Ya callan, porque ha entrado
el médico que se quita su sombrero de copa,
el médico que atraviesa la piedad y va a lo suyo,
manos de vago padre, sabio el ceño.
El carruaje de caballos cierra el día.
2
“apenas llegaron a la plaza,
se pusieron a hacer bolas
con aquella nieve acuosa…”
DESDE la tienda del librero vi como caía la nieve
cuando Garofi dio en el ojo al viejecillo.
Tras los escaparates vi a Garofi muy pálido
temblando como muerto y a Coreta, el albañilito.
Desde la tienda del librero vi cómo caía la nieve.
Garofi, el que guardaba plumas gastadas, sellos,
Garofi el comerciante, la urraca de Garofi,
con su capote largo, de pie, tenía miedo.
La tienda del librero es un lugar seguro.
Chalecos honorables. Ellos no tienen culpas.
¡Mientras Garrón se lleva a Garofi, llorando,
a Garofi ¡que diga la verdad! a la nieve!
3
“¡Querido Garrón! Basta ver una vez
su cara para tomarle cariño”.
GARRÓN llevas mi infancia en tu espalda con libros
que ata una correa de viejo cuero rojo,
y tu pelo rapado y tu chaqueta estrecha
para ti, las he visto algún antiguo otoño.
Garrón, tu noble rostro de cejas escolares,
tu quieta fortaleza he admirado en silencio.
Fuiste todo el honor que comprenden los niños.
Verte llegar llenaba de claro orgullo el pecho.
Y ahora que sé que vives solo en un viejo cuento
igual que el tamborcillo sardo herido en batalla,
creo en tu firme boca que nunca habló mentira.
Yo sigo respetando tus fieles manos anchas.
4
“¡Pobre gente! Se les llama saltimbanquis
como palabra injuriosa…”
¿QUE tienen que ver los que caminan de noche
o vuelven de talleres, finos como arpas,
con la familia de la caseta y la estufilla
que echa humo, en la barraca estacionada?
¿Qué tienen que ver las manchas del mendigo
con los bordados brillos en las tablas
que aja y denuncia el sol junto a las cuerdas,
aros tirados, caballetes, barras?
¿Qué tiene que ver el viento de la noche
y el rasgón de la tela y la bujía?
¿Qué la raza de paso que salta en el tambor
con el pintor que atisba, con la vida?
5
EL PAYASILLO
“…daba saltos mortales,
se agarraba a la cola de los caballos,
andaba con las piernas en alto…”
ES hermoso, payasillo, el saco que se derrumba
por los hombros, y los negros bordados, y la tela
de tus zapatos blancos, es hermoso
que hayas inventado una manera
de pasar junto al rostro inalcanzable
del caballero pálido, más secreta, más tierna,
que te caigas y sonrías de verdad, que salgas
por la mañana de tu tienda de ruedas
con el manto multicolor del baúl hondo
para alcanzar la leche a la caseta,
mal lavada la cara de la función nocturna,
y sin pedir, sin exigir, sin lágrimas,
vuelvas al tabladillo, bailes la alegre cuerda,
hasta que alguna noche los ángeles radiantes
se abalancen llorando sobre tu leve tierra.
6
EL DESHOLLINADOR
“…un deshollinador muy pequeño,
de cara completamente negra,
con su saco y su raspador, que lloraba…!”
NO en un cuento ni en un grabado que se olvida
ni en las oscuras medallas que entierran los otoños,
pintaría tu cara tiznada al carboncillo
del ochocientos cándido, tu Dickens de ternura.
En películas mudas, violines chaplinescos,
tu gorra de limpiar las chimeneas,
y los siete reales que se te cayeron
por el bolsillo roto de una injusticia aún tierna.
Luego las niñas salen del colegio, saltando
de alegría, y se apiadan, y te regalan céntimos,
y huyen mientras te quedas, despeinado y sonriendo,
con flores en las manos, en los pies y en el suelo.
7
VOTINO
“…llevaba botas de tafilete con pespuntes encarnados,
un traje con adornos y vivos de seda,
sombrero de castor blanco y reloj”.
VOTINO, tú tenías hasta el nombre orgulloso
como un golpe de rabia de bota charolada,
mas su brillo de aguas nocturnas me ha dejado
la alameda de Rívoli temblando en la mañana.
Adivino sus amplias losas que nunca he visto
por ese tafilete de pespunte encarnado,
y completo las orlas de tu traje de seda
con el reflejo pálido de un álamo italiano.
Mas si algún padre pasa leyendo su periódico
en que una guerra cándida o una actriz se revelan,
confundo ya los blancos del mármol y el sombrero,
tu reloj marca entonces otras horas ya muertas.
Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1956, año XIII, no. 40, pp. 7-10.
Poemas de Fina García Marruz publicados en la revista Orígenes.