Luis Laine. —Y tú, perdóname también.
     Marta. —¿Perdonarte? ¡Yo te perdono, mi amigo! ¡yo te perdono, mi pobre pequeño niño!
     ¿Adónde quieres huir?
     Te digo que no puedes huir y que estás cogido. Pues mira delante de ti,
     Y mira a la derecha, a la izquierda, a lo alto,
     Y mira detrás de ti; y considera los cielos estrellados que te rodean!
     Por eso, vuélvete,
     Y mantente de pie delante de Aquel que es perfecto e inmóvil.
     Y haz el signo de la cruz, pues el momento se acerca en que vas a ser dividido.
     ¡Mira allá! ¡mira
     El Océano! ¡Mira el umbral de las aguas!
     Para el hombre del viejo mundo que hacia la noche vuelve su rostro fatigado,
     Donde está el término del día allí está el brillo del agua,
     Mas he aquí que has traído tus pies del otro lado.
     Declara pues, en este sitio, y confiésate.
     Te hundiste en el mar esta mañana y querías ir hasta el fondo;
     Mas no es esa agua salada la que te purificará, sino la que sale de tus ojos. ¡Oh Laine, estás vivo todavía!
     —¡Dame tus manos! ¡dame tus dos manos!

Le coge la otra mano.

     ¡Oh mano derecha! ¡oh mano izquierda!
     ¡Oh mano! te tenía en la noche y, con el corazón lleno de alegría, contaba tus dedos uno después de otro.
     ¡Oh manos! ¡por qué habéis sido tan prontas en coger y en soltar!

Silencio.

     Y ahora, entrégame el dinero que te ha dado.
     Luis Laine. —¿Qué dinero? No me ha dado ningún dinero.

Silencio.

     Marta. —¡He aquí que mientes todavía!
     Sé que te lo ha dado.
     Luis Laine. —¡Lo he tirado! ¡lo he dejado! ¡no sé lo que he hecho con él!
     Marta. —¡No me mientas en este supremo instante!
     ¡Di la verdad! Te digo que estás cerca de la muerte.
     No guardes ese dinero y dámelo.
     Luis Laine. —No lo tengo.
     ¡El tiempo pasa! ¡el tiempo pasa! Es preciso que parta de aquí.
     ¡Adiós, Marta!

Silencio.

     ¡Adiós, Dulce-Amarga!
     Marta. —¡Adiós!
     Luis Laine. —¡Adiós para siempre!

Sale.
Entra Thomas Pollock Nageoire.

     Thomas Pollock Nageoire. —Good night, Madame. Buenas noches.
     No se moleste. Permanezca sentada.
     Marta. —¿Me permite sentarme?

Vuelve a sentarse.

     Thomas Pollock Nageoire. —¿Qué quiere decir eso?

La mira.

     Marta. —Una bella noche, señor.
     Thomas Pollock Nageoire. —Oh, pero ¿su marido no está aquí?

Ella sacude la cabeza.

     ¿Me permite quedarme un momento con usted? Pues quisiera hablarle.
     Marta. —¿Permitir? ¿No es usted aquí el dueño?
     Thomas Pollock Nageoire. —No hable así. Y, ante todo, perdóneme
     Por lo de esta mañana. No me he comportado como un caballero.

Silencio.

     Tengo una hija, usted sabe. Debe tener su misma edad.

Silencio.

     Marta. —¿Cómo se llama?
     Thomas Pollock Nageoire. —Laura, creo;
     O Elmira; Elmira ¿es un nombre de mujer? Está en la Universidad; hace unos tres años que no la veo.
     Divorcio, see? Creo que su madre está en Cleveland. Se casó con un ministro. Sí, tiene su misma edad.
     Yo, no sé qué edad tengo. No hay tiempo de pensar en el tiempo que pasa.
     Marta. —Usted ha vivido mucho.
     Thomas Pollock Nageoire. —Sí, he vivido mucho.

Mira al suelo con aire pensativo.

     Hoy he sabido que el viejo Mike ha muerto. Sí, mi viejo socio. ¡Hemos hecho juntos tantos negocios!

     —¡De cuántas cosas se acuerda uno! Conocí el Sur antes de la guerra. ¡Qué hermosos tiempos!
     Well!
     He hecho de todo, he rodado por todas partes, sé de todo.
Y todo eso ha pasado y es como un sueño que uno ha tenido.
     Pero, puedo decírselo, Marta,
     El año ha sido malo, muy malo! Me he visto negro con los Cordeles. He bluffeado, pero no sé cómo terminará la cosa.
     No sé por qué le cuento todo esto.
     —Su marido la ha dejado, ¿no es cierto?
     Marta. —Sí.
     Thomas Pollock Nageoire. —¿Y qué va a hacer ahora?
     Marta. —Ya me preguntó eso esta mañana.
     Thomas Pollock Nageoire. —Excúseme. No tome a mal lo que le digo.
     En verdad, no tengo nada que decirle, pero me siento muy triste.
     Desde que estoy cerca de usted, me parece que soy como un hombre viejo, y quisiera que me hablase dulcemente.
     Permítame quedarme aquí, Bittersweet!
     ¿Cuál es ese encanto que usted tiene? Pues, como las otras mujeres, no da ganas de hablar y de mostrarse,
     Sino de callar y de pensar en las cosas pasadas
     Y de revelar las cosas antiguas de que no se habla, pero que se guardan en el corazón,
     Y de no disimular nada.
     No me trate como a un enemigo.
     —¡Es cierto!
     He dado dinero a su marido para que la deje.
     Marta. —¡Y el desdichado lo escuchó y tomó su dinero! ¡Y usted viene para recibir la entrega!
     Me lo explicó todo. Sepa que hizo lo que pudo, intentando persuadirme. ¡Oh vergüenza!
     Thomas Pollock Nageoire. —¿Hizo él eso?
     Marta. —¿Y sabe que ahora va a morir y que van a matarlo?
     ¡Ay! ¡ay!
     ¡Es verdad, es usted la causa de su muerte, usted, usted!
     Thomas Pollock Nageoire. —¿Su muerte?
     Marta. —¿Por qué ha hecho eso? ¿por qué ha venido a ponerse entre nosotros, separando el marido de la mujer? ¿Está eso bien?
     ¿Qué le habíamos hecho nosotros? ¿No tenía bastante con lo suyo, sin envidiar la dicha de las pobres gentes? ¿Por qué ha venido a tentarlo
     En su debilidad y en su pobreza, hombre grande y rico? ¿No podía dejarlo vivir?
     Thomas Pollock Nageoire. —Escúcheme con paciencia.
     Cargaré mi falta, si hay alguna, y no la de otro.
     Pero ¿dónde está la regla de la vida,
     Si un hombre viejo y experimentado,
     Maduro, sólido, avisado, capaz, reflexivo, no busca
     Tener una cosa que encuentra buena?
     Y si soy más rico y más sensato que él, ¿es culpa mía?