Luis Laine, más bajo. —¡Marta!
Marta. —¿Quién es?
Luis Laine. —Soy yo.
Silencio.
¡Responde!
Silencio.
¿No me respondes?
Marta. —¡Laine!
Creo que los dos nos equivocamos.
Era un vínculo demasiado fuerte. No podíamos vivir ligados así, sin tener nada.
Luis Laine. —Thomas Pollock Nageoire…
Silencio.
¿N o me respondes nada?
Marta. —Habla, Laine, escucho. No te veo, pero oigo.
Luis Laine. —Dulce-Amarga, eres siempre mía.
Marta. —Ya no soy dulce para mí, ni amarga.
Luis Laine. —¡Te haré beber el agua amarga, perra, y tu vientre reventará como una botella! Veo que tu partido está tomado.
Marta. —¿No has tocado tu dinero?
Luis Laine. —No he recibido dinero. Pero él… Es rico, ¿eh?
Has reflexionado, ¿eh? Has consentido.
¡Di la verdad! Sé que has consentido.
Marta. —¡La verdad! ¡oh hacedor de mentiras!
Silencio.
Luis Laine. —¡Así que has consentido!
Y es cierto que has aceptado este canje.
Escucha, Dulce-Amarga, yo lo creo.
Largo silencio.
Escucha, Dulce-Amarga,
No levantaré la voz, ya que la noche tranquila no lo permite,
Y esa cara amarilla que durante la noche contempla al sol,
Y piensa a lo que asiste desde lo alto del cielo, en esta hora de silencio.
¡Todo está perdido!
¡Ya no me eres dulce, oh Marta, y ya no me eres amarga, y toda luz se ha retirado de mis ojos!
¡Infortunado! ¿quién me hará dormir y me cerrará los ojos? pues el sueño es como una noche sin luna, cuando se duerme.
¡Tengo que beber un trago agrio, y tan duro que los cabellos se me erizan! El vaso es ancho y profundo.
¡Ven aquí mi amable ignominia! Ven, Señora, que te bese y te acaricie.
¡Así tú tampoco. dulce gata,
Has sabido resistir a ese papel seductor! ¡en verdad no somos más que carne y sangre!
¡En verdad, virtud!
En cuanto a mí, no soy más que un rufián, pero ¿cómo
Llamaré tu indiferencia?
Marta. —¡Desdichado, no hables de ese modo horrible!
Luis Laine. —Dulce-Amarga, tengo sombríos pensamientos. La bestia salvaje no puede ser domesticada, sino que es preciso que muera, y el hombre salvaje muere del desgarramiento de su corazón.
Pero soy de otra raza que tú y no me has comprendido.
Recuerda que te conocí cuando estaba tan enfermo y yacía entre la vida y la muerte.
Y después de haber estado en la cama, salí:
Y primero encontré a dos hombres con un madero sobre sus hombros; y eran los montantes de la puerta con el dintel.
Y en seguida vi un alfarero sobre manos y pies que acababa de hacerse la cabeza en una rueda; y era una carretilla que habían olvidado allí.
Y atravesaba muchos países, caminando, cambiando de sitio.
Y en cuanto a las cosas que he visto, son tantas que ya no me acuerdo y los cabellos hormiguean en mi cabeza.
Pero mientras seguía el camino interminable
En los bosques y la llanura pálida, vi por la abertura del seto
Un muerto con testa de alce que rastrillaba, desnudo, la nieve con una rama de espinas. Y atravesé un agua negra
Y vastos pantanos, y llegué a ese país
Donde los indios de Pueblos una vez por año van a buscar las almas de sus antepasados; y vuelven con grandes lamentaciones, trayendo cestas llenas de tortugas.
Y el cacique vino a mi encuentro, mi bisabuelo que vivió en el tiempo, de la tribu de los Ratones.
Y me tendió un alimento para que lo comiera,
Y hundí en él los dientes y encontré que tenía gusto de jabón y no quise comer.
Entonces tuve que volver a pasar el agua y retorné oscuramente de allá abajo.
Marta. —¡Ay! ¡he aquí el espíritu de sueño que te atormenta otra vez!
Luis Laine. —¡Huiré de aquí! ¡Es preciso que huya! Me escaparé de aquí.
Marta. —¿Adónde quieres ir?
Luis Laine. —¡Desdichado! ¡me han traicionado! He aquí que ella me ha traicionado también.
¿Es cierto? ¡Responde! ¡Habla! ¡Responde!
¿Eh, eh? ¡Responde pues! ¡Por qué no respondes! ¡Ella no responde nada!
¡Huyamos de aquí!
El mundo está vacío y yo estoy completamente solo.
¿No me dirás una palabra?
Marta. —¿Qué quieres que te diga?
Luis Laine. —Dime que me amas todavía. ¡La noche ha llegado! ¡ahora soy cobarde! ¡ahora puedo pronunciar esas palabras!
Marta. —Es demasiado tarde. No oirás la palabra que pides de mi boca. ¡Piensa solo en ti!
Luis Laine. —¡Pues bien, a mí la desgracia!
Marta. —¡Desdichado, no te maldigas a ti mismo!
Luis Laine. —¡A mí la desgracia, porque estoy en el gran mundo como un hombre extraviado y perdido!
No he tenido inteligencia. Lo que me dicen, no lo comprendo. Pero soy como el animal que va
Hacia la mano que le tiende hojas.
¡Y tú, porque te he traicionado, he aquí que me abandonas!
Marta. —¡Laine, estoy aquí, no te abandono!
Luis Laine. —¡Partamos!
Marta. —¡Quédate! ¿adónde quieres ir?
Luis Laine. —¡Huyamos! ¡es preciso!
Marta. —¡Quédate! sabe que hay un peligro para ti.
Luis Laine. —¡Es preciso! ¡es preciso!
Marta. —¡Quédate! ¡va en ello tu vida!
Luis Laine. —¡Me es igual! ¡es preciso!
Marta. —¡Quédate!
¿Por qué huyes así ante el soplo del viento?
¡Permanece! ¡Resiste!
Y yo te defenderé, y te salvaré también; pues hasta el cisne
Y la inocente garza, se defienden a sí mismos y defienden su nido.
Luis Laine. —¡No es el viento que sopla, es este soplo que hay dentro de mí mismo! ¡Huyamos!
Hay alguien aquí adentro y me urge como con una espada.
¡Iré! ¡es preciso!
No me detengas, pues hay un espíritu en mí. ¡Correré tanto como lo permitan mis piernas!
Marta, cogiéndole la mano. —¡Perdóname, Laine!
Luis Laine. —¿Qué haces?
Marta. —Te pido perdón.
Pues he sido para ti una compañera penosa y dolorosa. Y con la mano te he cogido la mano, y he aquí que te has desembarazado de ella.
Mas perdóname ahora, y no guardes cólera contra mí.
No guardes
Turbación y pensamientos injustos.
Luis Laine. —¿Por qué me pides perdón, como a alguien que va a morir?
Marta. —Di que me has perdonado.
Silencio.