Lechy Elbernon, declamando a media voz. —“¡Oh, osos! ¡oh, picoverde! ¡oh, lobo!
     “¡He aquí que no puedo subir más alto! ¡Oh primo Raccoon! ¡oh ardilla agarrada a la corteza rugosa!
     “¡Mírame, mi abuelo el Alce, porque voy a morir aquí!”
     Luis Laine. —¡Oh, es “El Niño-de-las-cejas-de-piedra!”
     Lechy Elbernon, continuando: “¡Todo el día con gran trabajo he subido, llena de terror,   
     “Franqueando los troncos podridos, trepando por las piedras que se desploman!
     “¡Y ahora no puedo avanzar más!»
     Luis Laine, imitando una voz que viene de muy lejos y de abajo. —“Wow!”
     Lechy Elbernon. —“Haha! Waha! Ahi!
     “¡Están detrás de mí, oigo la voz de mi hermano!
     “¡Ten piedad de mí, monte!
      “Ten piedad de la miserable! ¡Ten piedad del niño que llevo en mi vientre! Todo el día has sentido los pies desnudos de la mujer trepando.
     “¡Oh monte, escóndeme, para que no me encuentren nunca más!
     “¡Oh Señor, desde que viene el estío dulce y cálido,
     “Las mujeres trabajan en los campos, cultivando el sorgo y las habas. Y cada vez que levantaba la cabeza,
     “’Mientras duraba el día azul, te veía en tu sitio,
     “Sentado como un Cacique, considerando la comarca y la serenidad de la estación.
     “Y te he amado. Y un dea viniste a mí y me conociste, y he aquí que llevo un niño bajo mi ropa.
     “¡Ten piedad de mí, montaña!
     “¡No puedo subir más, y he aquí que me acuesto sobre ti en el espesor de las hojas!    
     “Haha! Waha! Ahi! Wahaba!
     “¡He aquí los dolores de la muerte!
     “¡Dame fuerzas para ponerlo en el mundo antes de que muera! ¡Ten piedad de él, si es un varón, y que no le hagan mal!”

Lo mira fijamente.

     —Pero, oye, no me abandones a mi vez.
     Luis Laine. —¿Cómo?
     Lechy Elbernon. —¡Ámame!
     ¡Soy tan triste! ¡Oh, si supieras la tristeza que hay en mí!
     Bésame, porque soy la libertad y ahora estás fuera de la casa.
     ¡Pero cuida de no hacer trampa!
     ¡Porque yo soy la más maligna, y no intentes escapar de mí!

Lo abraza con las dos
manos por el cuello, riendo.

     …No sea que, como las locas hormigas machos…
     Luis Laine. —¡Deja!
     Sé bien que moriré pronto,
     Y he aquí que te he encontrado como una gavilla de flores fúnebres.
     —Déjame mirar el día que se consume, y del bosque se levanta un gusto y un olor.
     No tendré parte alguna en las ocupaciones de los hombres.
     ¡Salud, aire!
     ¡Salud, en la hora de tu abajamiento, misterio de alegría,
     Sol que vivificas y que haces todas las cosas visibles!
     La jornada termina, y el mar por todas partes
     Sube, y estará lleno a esa hora en que se levanta un pequeño viento.
     Ahora cierro los ojos al mundo. ¡Oh aromas! ¡oh aromas que no se sienten aquí!
     —¡Oh todo el olor de la rosa y de la yerba que uno estruja en sus manos!

ACTO TERCERO

     La misma escena. La noche del mismo día, inmediatamente después de la puesta del sol. Luciérnagas en las yerbas y las bojas, como chispas.

     Marta. —La estación llamada estío
     Es constante y serena, cuando el árbol y la yerba florecen.
     El viento es débil y dulce,
     Y el día se hace más largo hasta que los trigos echan la espiga. Entonces los días disminuyen.
     Pero es preciso todavía que el fruto se forme y se nutra,
     Hasta que esté maduro,
     Los frutos que sirven a los hombres y los que no les sirven de nada.
     Vienen entonces los vientos que hacen cabecear al árbol, y el anegamiento de las lluvias!
     Mas ahora he aquí, he aquí el tiempo de la paz,
     Y el cielo es a sí mismo semejante, pero todo género de cosas brota sobre la tierra!
     Y la mar improductiva permanece en reposo.
     Es el tiempo que está en la mitad del año, el día en que el sol se detiene.
     La luz del día se apaga, oigo la marea nocturna subir, y la Noche
     Descubre el Reino del cielo.
     Es el momento en que la mujer se hace adornar, sosteniendo ante ella el espejo con sus dos manos,
     Y yo también, es conveniente que me adorne
     Como una viuda, tomando otras vestiduras.

Lanza un grito largo y penetrante.

     ¡Justicia! ¡Justicia!
     Estoy en el Universo, y lo veo, y todas las cosas subsisten por la justicia.
     Y yo lanzaré un grito, pues he sufrido injusticia.
     Y soy pequeña y humilde, pero mi grito no será desoído.
     ¡Justicia! ¡Justicia!
    He amado y no he sido amada.
     He estado unida a él y él, viviente, se ha separado de mí.
     Me ha declarado que me abandonaba y que se separaba de mí por su propia voluntad.
     ¡Y me ha vendido como un animal!
     ¡Salve, negrura!
     ¡Salve,
     Figuras que aparecéis en el firmamento, unas eternas y otras pasajeras! ¡y planetas que durante la noche seguís el camino del Sol!

     ¡Yo te saludo, oh Noche,
     Tal como eras antes de la luz y antes que Lucifer apareciera!
     Me regocijaré porque veo mi morada ante mí y enjugaré las lágrimas de mis ojos.
     Pues he aquí que vue1vo, con las manos vacías.
     ¡Tened piedad de mí, oh vosotros que estáis presentes!
     ¡Oh mi pequeño hermano mayor que no viviste sino quince días, pasando solo por la tierra como la sombra de una abeja,
     Consuélame en mi vergüenza y en mi fracaso!
     Pues, oh Dios, tú me enviaste
     Como un hombre a quien un mercader confía cosas preciosas para que comercie con ellas, y como una mujer prudente.
     Y encontré a ese hombre y lo conduje al interior de la casa,
     Y le mostré esas cosas, y como no tiene inteligencia, no supo lo que eran;
     Y no ha querido que yo lo instruya, y no me ha creído, y se ha burlado de mí.
     De suerte que me vuelvo, trayendo lo que me habías dado, tal como partí,
     Sin haber encontrado aquí su precio.
     ¡Oh Laine, a quien he amado!

Silencio.

     ¡Os saludo también, Océano!
     ¡Vengo a veros, grandes aguas, que de la tierra habéis sido separadas! ¡Oh melancolía!
     ¡Te saludo, soledad, con todos los navíos que sobre la planicie ondeante pasean lentamente su pequeño fuego!
     ¡Te saludo, distancia!
     Estoy con los pies desnudos sobre esta playa, sobre la arena sólida donde la ola ha esculpido figuras extrañas.
     Estoy de pie sobre esta tierra de Occidente. ¡Oh tierra que ha sido hallada más allá de la lluvia!
     Como un bien que un hombre adquiere cuando su barba encanece y del que es preciso que saque pronto su provecho.
     ¡Oh tierra de exilio, tus campos me son tediosos y tus ríos me parecen insípidos!
     ¡Me acordaré de ti, país del que he venido! ¡oh tierra que produce el trigo y el racimo místico!
     Y la alondra se eleva de tus campos, glorificando a Dios.
     ¡Oh sol de las diez, y amapolas que brilláis en el centeno verde! ¡Oh casa de mi padre, puerta, horno!
     ¡Oh dulce mal, olor de las primeras violetas que se recogen después de la nieve! ¡Oh viejo jardín donde en la yerba mezclada con hojas muertas
     Los pavorreales picotean los granos de girasol!
     Me acordaré de ti en esta tierra.

Entra Lechy Elbernon.