¿Cuándo podré penetrar, en el aire no voluptuoso, los acantilados blancos en que la espuma rompe los diálogos de Esquilo y los rehace gritando como un ave salvaje por los vanos del desgarro?
¿Cuándo penetraré, sin dulzura, en los ágiles bosquecillos gibosos que el soplo del otoño salta como un carruaje en el ímpetu de la mañana lejos del loor fúnebre, los dados bajo el pórtico?
¿Cuándo, sin cautos pasos, podré dejar la estancia morada, con el libro en la mesa detenido, y podré ver los cielos rápidos de la alegría, la salpicadura que rompe el avaro bruñir?
¿Cuándo, sobre el torpor de nimiedad, la ardilla cabeceando en la nuez, veré la explicación, y callarán Las Suplicantes los atroces chillidos que han cambiado así tu Rostro ahora cubierto por las lágrimas?