PALIMPSESTO

                        EL DESPOSEÍDO

NO son mías las palabras ni las cosas.
Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos
que a mí no me conciernen,
espero sus señales como el fuego
que está en mis ojos con oscura indiferencia.
No son míos el tiempo ni el espacio
(ni mucho menos la materia).
Ellos entran y salen como pájaros
por las ventanas sin puertas de mi casa.
Alguien habla detrás de esta pared.
Si cruzara, sería en la otra estancia:
el que habla soy yo, pero no entiendo.
Tal vez mi vida es una hipótesis
que alguno se cansó de imaginar,
un cuento interrumpido para siempre.
Estoy solo escuchando esos fantasmas
que en el crepúsculo vienen a mirarme
con ansia de que yo los incorpore:
¿querría usted negar, sufrir, envanecerse?
No es mía, les respondo, la mirada,
negar sería espléndido, sufrir, interminable,
esas hazañas no me pertenecen.
Pero de pronto no puedo disuadirlos
porque no oigo ya mi soledad
y estoy lleno, saciado como el aire
de mi propio vacío resonante.
Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo
ninguna idea de quién soy,
dónde vivo, ni cuándo, ni por qué.
Alguien habla sin fin en la otra estancia.
Nada me sirve entonces. No estoy solo.
Estas palabras quedan afuera, incomprensibles,
como los guijarros de la playa.

                      EL INSACIABLE

SALE el murmullo de la hoja,
se rompe el viento contra la blancura.
La hoja desaparece, el sueño entra
en el escenario como un rey.
De igual modo, aunque con carne secular
distinta, sale el tiempo de la mano
acariciando la abundancia de los dones,
el linaje de lo oscuro y de lo ígneo,
la cornucopia de la noche hasta el desprecio
cristalino de los mares. En el ojo
esa salida encuentra su destino:
empezar otra vez lo que no empieza.
Por el acto naciente
la soledad coral nos justifica
y amanece el palacio robando la escritura.
Mueven las bambalinas de crepúsculos
con un grito levísimo las nubes.
El decorado cambia como las inmensas jornadas
del que huye. ¿De qué raza eres, a quién buscas?
¿No te basta la terrible alegría
del acto naciente que a los ángeles basta?
¿No te basta el instante que dora
los ojos del mendigo antes de caer oscuro?
El ave de la memoria escapa, rompe su tesoro
con ligereza de árbol de rocío.
Y él responde: No quiero desistir, algo me llama,
es algo que he perdido, voy a buscarlo ahora,
en este ahora enorme de amanecer morado,
pero no está en la sala, iré mañana,
en este adiós mañana de castillo,
pero no está en la esquina, ni en el álamo profundo
de la otra esquina, ni en la más dulce lámpara
del mundo. Únicamente a veces, ay,
está en tus ojos, cuando se han cerrado.

                                                              Cintio Vitier