OFRECIMIENTOS
I
Bajan al patio en ráfagas
o en ardientes remolinos
y de pronto no están. ¿Quiénes gritaban?
Silencio espeso y dulce como si alguien
en otro mundo igual
nos contara una leyenda cuyas voces
fueran las hojas del mango, el oro
cayendo como un Puello por los cuartos,
la luceta cegada
lanzando sus detalles indecibles.
Lejos un perro ladra entre vacíos
y se ven azoteas desabridas,
melancólicos postes en la playa,
charcos de espuma, lo remoto
del tranvía tintineando junto al mar.
¿Quiénes gritaban? La cristalería
del fulgor velocísima pregunta
y la entreoída visitación graciosa
huye con giros cada vez más hondos.
Las nubes pasan como reyes por el patio.
Ya todo vibra encima de sí mismo
en el colegio mágico, en la ciudad perdida.
II
Suenan los tiros de la cacería
en el oído grande como el llano.
La luz parece el viento, la distancia
inunda los rumores. Sigilosos
avanzamos deseando el tornasol
que la paloma desconoce.
Cada paloma está dormida en nuestra sangre
saltando con su nada entre las nubes,
los días, las hojuelas. La luz se arrastra
como una escoba profunda, se eriza
de dulzura en los círculos de sombra, huye
animalmente recta por la espalda.
El cazador evoca la sorpresa
como una humedad distinta en el olvido,
ligero tornasol que está en el ojo
de la paloma. Al apuntar, la conjetura crece
hasta que rompe la tensión con el disparo:
¿floja desprende o nítida descubre
la mañana de lo eterno que la sostenía?
De todos modos huye con la paz intraspasable.
Cada tiro en el espacio nos revela
y las mujeres en la casa escuchan
el soplo que vuelve tras el velo de la luz.
III
Jinetes llegan a lo umbrío
para dar de beber a los caballos:
ojos puros, orejas avizoras
en el nervioso hojeo de la isla.
Une sus claros la llegada,
el frescor es hermano del junquillo
y el pájaro lustroso de las sueltas nubes,
como una melodía que ya no recordamos
entre las vetas rápidas del rumor batido.
Desclavados fulgores, desmontar.
El viento truena dulce en el chispeante
alerón de sombra para el buey
lamiéndose la vida tenebrosa
con agua gorda, con fervor goteando
junto al caballo fino en esencial familia.
Y acodado un jinete mira adentro
como a un sueño que ya no recordamos:
palacio prenatal, infierno cándido del pozo
levantando del hueco resonante,
con hálito hogareño y salvaje de raíces y nubes,
la desnudez profética del agua.
IV
Está lloviendo el gerundio remojado
de la lluvia sobre lo llovido:
las baldosas del patio brillan
bajo el repiqueteo doble, los aleros
derraman el sonido de las gotas
en regalía de agua, risotada
grosera de la lluvia.
El que pasa con saco a la cabeza
triunfa sobre el que abre su paraguas,
el que se sienta en el sillón oscuro
dialoga con los bordes infinitos,
la que baldea rige
un país de chasquidos azulencos,
lo que escampa es el ojo de la lluvia
con pitidos lejanos de tristísimas fábricas.
Queda el caño tragando un viejo rato.
Cuando salimos vemos
los húmedos huesos de este mundo,
y hay que volver a hacer
la ciudad que nos mira enmascarada
con otras vengativas frialdades.
V
Se va riendo solo de las mandarinas
a la tertulia donde oye
perplejo la conversación con el frutero.
Enfrente la tarde rueda fría
como una aurora lejana, el vendedor
de los pájaros mecánicos dormido
en la cima de los juegos trasnochados.
El frutero miraba respetuoso
su mirada entrando en polvo grave:
¿no comprenden que no es barrio de uvas?
Las distancias de los barrios
empezaban enlazadas a rodearme
con el disfraz de los crepúsculos
que encienden el romerillo y la frutería.
El barrio pobre lo cegaba
detrás del zumbón serio, del hallazgo:
venía contando hasta caer
en la perplejidad que lo dormía.
Empezaba el azar la ronda
de lo que yo le regalaba con el juego
zumbando entre las alas del azul de China.
Lo miro que tienta otra vez los mangos,
separa el papelín rosado
de las peras, se va riendo solo
por cada barrio que las uvas
envuelven en una carcajada más antigua.
Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1953, año X, no. 33, pp. 97-100.