JARDINES DEL CERRO
¡JARDINES soleados de mi casa del Cerro,
con sillones de mimbre amoldados al cuerpo
de conocido peso de la vivaz abuela
entre sus amapolas y sus grandes tijeras
sobre la larga saya, con soleado abandono
abiertas junto al tallo cortado y pegajoso,
mientras suave arreglaba un grupo preferido
para el retrato oscuro de bordes amarillos!
¡Jardines soleados, áureo silencio extinto,
que recuerdo entre muebles de dibujo distinto,
mientras esplendes, mágico, en el oscuro centro
de esta tarde que vas en flor sustituyendo!
Cantero con terrones de tierra seca y dura
por el sol, es preciso hablar de tu dulzura,
pues con solo mirarte mi vida justificas
extraña y dulcemente, y el tiempo me edificas
mientras soy un momento en la visión dorada
que no interrumpe el sueño o el fuego o las palabras.
Para verte es preciso que yo pueda olvidar
los días que pasaron sobre tu soledad,
para ver cómo eran las losas del pasillo
cuando las recorría el deseo sencillo
de retener el aro, siempre algo más distante
que mi pequeño cuerpo ansioso y bamboleante.
¿Cómo eras, camino lateral de la casa
que llevaba al jardín? ¿Cómo era la cara
de mi tía soltera cuando aún conservaba
la línea temblorosa de mi primer mirada
y no habían cambiado los días sucesivos
sus familiares ojos con trazos excesivos?
¿Cómo era su traje de delicados lilas
quieto al sol del Domingo y a la fotografía?
¿Cómo eran sus jóvenes, sus pálidas maneras,
y su voz que le oía cuando daba la entera
dicha de alguna orden de cambiar de vestido
para llevarnos lenta, a ver al nuevo circo?
¿Cómo era el pausado rosa de su consejo
cuando no lo manchaba mi súbito deseo
de otro viaje con oros de rápida locura?
¿Cómo era su voz en la suave lectura
del instructivo libro de flores y animales
y que clasificaba también los minerales,
dorando las preguntas con letras diferentes,
más finas, más dobladas, más áureas e insistentes?
¿Cómo era su pelo cuando aún no tenía
aquel peinado corto que trastocaba el lila
de su perdido traje, cuya reminiscencia
doraba todavía sus gestos con su esencia?
¡Oh jardín soleado, oh infancia que te pierdes
como el rumor del oro en los árboles verdes!
EL SALÓN DE MÚSICA
En el salón de música la penumbra se ahonda
en suaves terciopelos de suavísima sombra.
Junto a la esbelta silla se hace delicado
el silencioso bosque de los ruidos urbanos
que llegan a través de los vidrios dormidos
con dulzura apagada. Ah delicado frío
del otoño, dulzura maternal de las mantas,
salida del teatro, muchedumbre que encantas
con tu dulce desorden, saliendo abigarrada
mientras la dama rosa torna desdibujada
la figura apacible de un grupo que comenta
con la súbita seda de su prisa de menta.
Oscuridad gloriosa de antes de empezar
la función de la tarde, dorada e irreal,
donde el asiento es vago y el sueño material,
del piano que ilumina la perdida realeza
de nuestro corazón frente a la misteriosa
fuente de un parque gris, llegando rumorosa
entre los claros pájaros, en el suave momento
en que la muerte es solo un bello sentimiento,
mientras del palco llegan rotas conversaciones
de damas empolvadas, los fragmentarios dones
de diálogos plumosos como frondas secretas,
y el siglo estalla en copas de las risas violetas!
Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, primavera de 1949, año VI, no. 21, pp. 19-25.
Poemas de Fina García Marruz publicados en la revista Orígenes.