LA PERSIANA
ASÍ es posible volver a contemplar; detrás el paraíso con su alero negro (con esa inclinación distinta, en cierto punto, de su rojo alero) y su sofá de seda en el lugar oscuro; detrás el paraíso con su patio que todos pueden ver, cruzar y desoír, secretamente dilatado. Un bulto pasa, ciega la avidez como un regalo tan querido que nos punza y nos devuelve estrictamente pobres, polvorientos y brillantes como un niño con su caña de pescar en la tarde absorta. El río tiembla brevemente; yo me asomo.
Así es posible volver a contemplar. No es la ironía, no es el temblor de las yerbas y las nubes lo que me impide retener esa posibilidad que a veces me ilumina, como un ángel impetuoso y agudísimo, la inteligencia de las flores o un terror dividido en solitarias playas. No es la ironía ni el terror lo que me impide habitar ese retorno, ese asalto feroz y serenísimo del aire que yo traspasaba con un cuerpo de esperanza como un príncipe. Hay algo más que no revelo: una flor tan lúcida como lo oscuro; no me asomo.
Detrás el paraíso con mi vida; no me vuelvo. Mañana leerás la Biblia, leerás a Shakespeare, dormirás como una imagen que despierta: no es la tristeza, no es la ironía. He vuelto siempre al mismo ángel que está siempre en otro sitio, y al saber que busco ardientemente caen los velos con una grotesca voluntad, se impone un hierro que no importa; este hierro de la frialdad de la baranda tocada una vez, que ya no sale. Así es posible volver a contemplar, pero esa posibilidad es como el andrajoso niño, como la flor oscura y lúcida, cerrados; o como la persiana que se abre y efectivamente dice: “Sí, el paraíso allí está, con otra carne más nocturna”. ¿No hay algo más que no revelo? Sí, porque aún arde, porque aún tiembla como un río, brevemente.
1947.
Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, otoño de 1948, año V, no. 19, p. 9.