PRESENTACIÓN

La importancia del epistolario martiano ha ganado en di­mensión con el paso del tiempo.[1] Primero, pero no solo por ello, al ser testimonio directo y casi único de un hombre tan excepcional en sus diversos aspectos, tanto como re­volucionario, intelectual u hombre en todas sus facetas, pues según sus distintos destinatarios y propósitos, el tono y las ideas expresadas varían de carta en carta, dentro de esa maravillosa flexibilidad que nunca traiciona la esencial coherencia unitaria de su pensamiento y conducta. Pues la fidelidad de José Martí a su propia esencialidad, desde sus escri­tos de adolescencia hasta sus últimos textos —sus diarios,[2] sus cartas— es sorprendente, sin menoscabar su rica evolución temporal, de acuerdo con los nuevos conocimientos y expe­riencias que una intensa existencia le va proporcionando.

     Esta unidad martiana ha hecho que su epistolario, pre­cisamente por su misma variedad de temas y tonos, se constituya en una zona altamente valorada de su queha­cer literario. La premura y espontaneidad que el género suele requerir propicia, por eso mismo, una manifestación del genio martiano más libre y directa. Además, su misma valoración de la escritura epistolar coloca a esta en una zona privilegiada, pues según le comunica en con­fesión, desgarrada a su amigo mexicano Manuel Mercado —el corresponsal a quien más abiertamente entrega su propia intimidad—[3] “la pena acumulada suele llegar a tanto que me siento echado por tierra, como he visto echar en los mataderos a los toros. Ni en prosa ni en verso lo digo, porque no se ha de escribir sino lo que puede fortalecer”.[4] Con lo que nos encontramos ante una singular apreciación del género epistolar, que lo ubica más allá de la prosa y el verso (y de la “escritura” convencional),[5] en una zona de comunicación íntima, apta, para expresar las más ocultas vivencias.[6]

     Lo anterior explica, en parte, la tremenda experiencia humana que resulta la lectura del epistolario martiano, en donde el hombre y el luchador se nos presentan con una profundísima sinceridad cuando la ocasión se muestra pro­picia, como prácticamente nunca —o casi nunca— pudo mostrarse en otros géneros literarios. De ahí que haya ido ganando terreno el convencimiento de que esta zona de la trascendente obra martiana sea la que alcance más subido rango, dentro de un conjunto que se estima punto culmi­nante de la escritura en lengua española. Así, ya Federico de Onís constataba, en 1953, cómo Martí “cuanto más desciende en su intención es más válido y más rico, más en los diarios y cartas que en los discursos y ensayos”,[7] lo que hace a su epistolario constituirse en “una porción esencial en la extensa selva de [su] producción”,[8] al decir de Juan Marinello, y despertar entusiasmos como el de Roberto Fernández Retamar, quien reconoce que “las cartas de Martí cuentan entre las más sobrecogedoras que se hayan escrito nunca”, o el de Fina García-Marruz, revelado en esta pregunta: “¿Qué hay en las cartas de Martí que no hallamos en ningún otro epistolario, por ilustre que sea?”[9]

     Dentro de este singularísimo conjunto, el grupo de car­tas que Martí escribe cuando emprende su último viaje, que culminará con su muerte heroica en Dos Ríos, constituye uno de sus más singulares conjuntos de textos. Es el momento cuando puede realizar lo que ha significado para él su anhe­lo más acariciado: el volver a Cuba con las armas en la mano para lograr factiblemente su independencia. La emoción lo asedia por múltiples vías, pero no impide que la lucidez se le afile. Es como si se pusieran en tensión muchos de sus resortes claves y la expresión personal, disparada desde lo hondo, se elevase en el vocablo justo, nunca gratuito, como flecha siempre dando en la diana porque el tiempo apremia. Pues también está la urgencia del esfuerzo y hasta del pe­ligro físico, que lo coloca conscientemente ante la posibili­dad de una muerte no evadida por él.

     Cuando inicia su viaje, en las cartas más íntimas, expresa sus temores: “Va veloz el vapor, sin duda a nueva agonía mía, que harto sé y temo”,[10] “acaso no vuelva”,[11] “si de esta nueva luz salgo con vida”.[12]

     Incluso, llega a dudar sobre si podrá permanecer en la tierra querida en aquel momento decisivo:

Yo creo que al fin, podré poner el pie en Cuba, como un verdadero preso. Y de ella, se me echará, sin darme ocasión a componer una forma viable de gobierno ni a ajustar, como hubiera sido mi oficio, las diferencias ya visibles entre los que no entienden que para defender la libertad se debe comenzar abdicando de ella,—y los que a la misma libertad entregan, y vuelven la espalda, si no les viene en beneficio propio. Entre las realidades funestas, y las rebeldías imprudentes, me hubiera puesto yo, como me he puesto afuera: que no se me permitirá.[13]

     Preocupado por la desviación de los principios republicanos en aras a “la sumisión absoluta a la regla militar”, dice estar dispuesto a “poner de lado enteramente mi persona, para lograr tal vez, con la supresión de ella, alguna forma menos odiosa e imprudente”, pues “en todo lo de mi persona cederé” y “ya la doy por muerta”, sin preocuparle el futuro de su país sin él, pues con firme fe aclara: “ni temo a la larga, porque conozco a nuestro país: no temo por él”.[14]

     Pero al pisar suelo cubano de nuevo, sus temores y recelos pasan a ocupar un plano secundario, sacudido hasta el tué­tano por la realidad humana y física que encuentra: “nuestra patria, tan bella en sus hombres como en su naturaleza”.[15] Más que un renacer, es el descubrir en sí mismo una dimen­sión nueva, no prevista: “No soy inútil ni me he hallado des­conocido en nuestros montes”,[16] en donde “se habla poco, y se ama mucho. El alma crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro”,[17] “Me siento puro y leve, y siento en mí algo como la paz de un niño”.[18] Y hasta llega a descubrir que “no es horrible la sangre del campo de batalla”,[19] no sin sorprender­se de que: “¿Cómo no me inspira horror la mancha de sangre que hay en el camino, ni la sangre a medio secar de una ca­beza que ya está enterrada, en la cartera que le puso de al­mohada un jinete nuestro?”[20] Así, llega a aquilatar en su épica trascendencia “esa ternura del peligro”.[21] Constante en su inclinación más natural, no puede abandonar la palabra escrita —en su diario, sus cartas—, pues como ya había dicho antes, le es imposible dejar de expresarse “a pesar de una premura tan penosa, que me saca la pluma de las manos”.[22]

     En este contexto es donde José Martí escribe un grupo de cartas que hoy podemos calificar de testamentarias, dadas las previsiones de futuro en ellas presente, como si se sintiera obligado a dejar por escrito puntos esenciales de su pen­samiento para un tiempo por venir, en el cual ya no podría estar presente en acción.

     Esa “ternura del peligro” lo hace ganar aún más lucida certeza de la real posibilidad de morir en la contienda, muer­te tantas veces presente en sus escritos anteriores y que ahora lo rodea, en una cotidianidad heroica que nunca había sentido con tal intensidad. De ahí surgen estos textos considerados como sus testamentos, en los que la premura del ineludible quehacer revolucionario los hace ser aún más esenciales en formas expresivas que, gracias al dominio que sobre ellas posee, no se rebelan ante el rápido ejercicio, sino que triunfan en uno de los momentos más plenos de la lengua española.     

     Si hablamos de testamentos de ideas, no menos lo son de cariño. Estremecen en su escueta claridad las cartas de despedida a su madre y a su hijo Pepito. Más prolijo y detallado su cariño se explaya en consejos a su “hijita querida” María Mantilla, en texto que bien pudiera llamarse su “testamento pedagógico”. Pero no menos “ternura y verdad”[23] —reafirmados como útiles guías de su vida en la carta a su madre— existe en aquellas cartas que previenen el futuro de su obra escrita —el “testamento literario” que dirige a Gonzalo de Quesada— o la fundamental proyección políti­ca de sus cartas a Federico Henríquez y Carvajal —su “testa­mento antillano”— y a Manuel Mercado —su “testamento político” por excelencia—, escrita esta última en vísperas de su muerte y dejada inconclusa por singular accidente, que ha subrayado su vigente proyección hasta nuestros días.

     Así, este hombre que nunca dejó un documento oficial que pueda llamarse “testamento”, mediante sus últimas cartas quiso ofrecer síntesis de sus ideas y afectos a sus seres queri­dos, que hoy día, a más de un siglo de escritas, podemos con­siderar “testamentos” por su proyección de futuro, su intención de perpetuar legados esenciales.[24]

     En el presente libro se ha seleccionado un grupo de estas cartas, convenientemente anotadas, para reiterar la cumpli­da voluntad martiana de su indudable larga vigencia, y también para acercarnos más a su intimidad humana, a su voluntad revolucionaria y disfrutar de una muy alta y espon­tánea calidad literaria.[25]

Salvador Arias

Tomado de José Martí: Testamentos. Edición crítica, presentación de Salvador Arias, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 7-12.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véanse, al respecto, los ensayos de Fina García-Marruz: “Las cartas de Martí” (1968), Temas martianos. Primera serie (1969), La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 403-429; y de Cintio Vitier: “Las cartas de Martí. (Contribución a un estudio integral de su obra literaria)”, Albur, órgano de los estudiantes del ISA, año IV, número especial, La Habana, mayo de 1992, pp. 3-56. [“Las cartas de Martí hasta 1881. (Contribución a un estudio integral de su obra literaria)” y “Las cartas de Martí de 1882 a 1888. (Contribución a un estudio integral de su obra literaria)”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1992 y 1994, nros. 15 y 17, pp. 198-216 y 237-259, respectivamente. También el “Capítulo XI. Cartas. III. 1889-1895”, Vida y obra del Apóstol José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2004, pp. 280-312]. Consúltese, además, Miguel de Unamuno: “Cartas de poeta” (Nuevo Mundo, Madrid, 10 de octubre de 1919), Archivo José Martí 11, al cuidado de Félix Lizaso, La Habana, enero-diciembre, 1947, pp. 16-18; Félix Lizaso: “[El hombre y su epistolario]”, Epistolario de José Martí, arreglado cronológicamente con introducción y notas por Félix Lizaso, Colección de Libros cubanos, Director Fernando Ortiz, vol. XX, La Habana, Cultural, S. A., 1930, t. I (1862-1891), pp. XIX-XLV; Manuel Pedro González: “Contenido profético del epistolario martiano”, En torno a José Martí, Bordeaux, Editions Bière, 1973, pp. 13-41; y Marlene Vázquez Pérez: “De la futuridad de las despedidas. Martí hijo, Martí padre”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, 2012, no. 35, pp. 187-203.

[2] JM: Diarios de campaña. Edición anotada, investigación y apéndices de Mayra Beatriz Martínez, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015. Véanse los ensayos de Fina García-Marruz: “José Martí” [epíg. “Los tres diarios”] (Revista Lyceum, La Habana, mayo de 1952), El orden del homenaje, Madrid, Ediciones Huso y La Isla Infinita, 2018, pp. 207-222; y de Cintio Vitier: “Visión de la naturaleza y el hombre nuestro”, Lo cubano en la poesía (1958). Edición definitiva, prólogo de Abel E. Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 196-202; y “Diarios” (capítulo X), Vida y Obra del Apóstol José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2004, pp. 225-240.

[3] “Va para años que no ve V. letra mía: y, sin embargo, no tiene mi alma compañero más activo, ni confidente más amado que V.—Todo se lo consulto, y no hago cosa ni escribo palabra sin pensar en si le sería agradable si la viese. Y cuente de veras con que si algo mío creyera yo que habría de desagradar a V.—no lo haría de fijo. Pero no se me ocurre nada, ni pongo en planta nada, que no vaya seguro, si obra de actividad, de su aplauso;—si pecado, porque soy pecador, por humano,—de su indulgencia. Este comercio me es dulce. Este agradecimiento de mi alma a V. que me la quiere, me es sabroso. Su casa es un hogar para mi espíritu. Todos los días me siento a su mesa […] Y me parece que tengo derecho a V.—por el que doy a V. constante y crecientemente sobre mí.—No es que me acuerde de V. en marcada hora del día. Es que sé que V. consolaría mis tristezas, si las viera de cerca, y aún siento que las consuela con su afecto lejano; y es debilidad humana, o acaso fortaleza, pensar en lo que redime del dolor al punto en que el dolor se sufre. Por eso estoy pensando constantemente en V.—como viajero fatigado en puerto, y desterrado en patria, y amante de dama que le engaña en aquella que no le engañó cuando él la amaba. Alguna vez he de decir en verso todas estas cosas, porque en verso están bien, y son verso ellas mismas. […] Su espíritu sereno por todas partes me fortifica y acompaña.—”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, Nueva York, 11 de agosto [de 1882], OCEC, t. 17, pp. 339-340).

[4] “Hermano mío: // Salgo de una larga postración, lleno de remordimientos por haber abandonado durante ella todos los trabajos que no requerían fecha fija, o me demandan alguna concentración de espíritu. No vaya a creerme Jeremías, ni rendido. Pero la pena acumulada suele llegar a tanto que me siento echado por tierra, como he visto echar en los mataderos a los toros. Ni en prosa ni en verso lo digo, porque no se ha de escribir sino lo que puede fortalecer. Pero son desmayos largos y mortales. A Vd. se los puedo decir. Perdí, no por mi culpa, la llave de la vida; y los quehaceres nimios en que ocupo lo que me queda de ella no son bastantes a satisfacer el alma hambrienta. Me voy acabando, de hambre de ternura. Por eso me hace Vd. tanto bien cuando me escribe, como en su última carta, con toda la suya. Por eso me pongo brumoso, y como si el mundo entero me abandonara, cuando noto que alguien me quiere menos de lo que por mi amor a todos creo yo que merezco ser querido”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York], 26 de julio de 1888, OCEC, t. 29, p. 222. Las cursivas son del E. del sitio web).

[5] “El estilo epistolar de Martí, en el que aparecen de cuando en cuando endecasílabos y octosílabos, es excesivamente elíptico, torturado, recortado y con frecuencia oscuro. A las veces recuerda el de Santa Teresa. Ni está siempre escrito en prosa sino en esa expresión informe, protoplasmática, que precedió a la prosa y al verso. Sus palabras parecen creaciones, actos. Están, desde luego, escritas en una lengua conversacional, pero de uno que habla mucho consigo mismo, son de estilo de monólogo ardoroso”. (Miguel de Unamuno: “Sobre el estilo de Martí” (Salamanca, julio de 1919), Archivo José Martí 11, al cuidado de Félix Lizaso, La Habana, enero-diciembre de 1947, p. 12).

[6] “A través de esta experiencia espiritual —nunca es o debe ser nada menos leer a Martí—, hemos sentido que entrar en el lenguaje de alma de sus cartas exige un estado de trasparencia en el que la presumible o imaginada recepción del destinatario inicial forma parte de nuestra propia recepción, por lo que a cada lectura concurren, como a una cita diseñada cada vez por circunstancias nuevas, según el temple sucesivo de nuestro ánimo, tres personas dialogantes: el que escribió la carta y en cierto modo siempre la está escribiendo o haciéndola nacer a nuestros ojos; el que primero la recibió, a quien iba dirigida, pero no sabemos hasta dónde, en qué grado lo alcanzó, y pensar en esto ya es inseparable de recibirla uno mismo; y el que es “uno mismo”, que inevitablemente se siente otro por haberse situado en el ámbito y la dirección de un diálogo que lo saca de sí, de los límites de su propia costumbre. En el fondo se trata del encuentro de tres desconocidos, de los cuales uno explica, sencilla y deslumbrantemente, el sentido de la vida”. (CV: “Las cartas de Martí. (Contribución a un estudio integral de su obra literaria)”, Albur, órgano de los estudiantes del ISA, año IV, número especial, La Habana, mayo de 1992, p. 55).

“Si solo sus cartas hubiera escrito, o si se hubieran perdido versos, artículos y ensayos y dramas de manera definitiva, y nunca hubiera pronunciado un discurso, bastaría su epistolario para asegurarle ‘la segura inmortalidad’ de que habló Darío. Y es que Martí vale más mientras más a la vista deja las entrañas”. (Andrés Iduarte: Martí escritor, La Habana, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1951, p. 156).

“[En las cartas de Martí] se nos presenta el hombre en sus múltiples dimensiones, a lo largo de todo su quehacer vital. En ellas encontramos las tiernas comunicaciones a su madre, a las hermanas, a los seres que le fueron más cercanos en la intimidad; sus expresiones de amor apasionado; las confesiones personales; las peticiones de adhesión a la causa independentista cubana y americana; el rechazo a cuanto atentara contra la dignidad del hombre; sus consejos como de padre amoroso o de amigo severo; sus órdenes político-militares, desbordantes de argumentos; los informes del trabajo conspirativo, hechos para convencer de su razón a cada destinatario… Sus cartas son el sucedáneo de la palabra oral, cuyo poder de convencimiento fue reconocido por todos los que lo escucharon. Comunicador por excelencia, fue capaz de establecer el vínculo humano, cálido, a través de un portador tan impersonal como el papel.

Aun en la más breve de sus notas se percibe la voluntad, el deseo de llegar a las fibras sensibles, y no solo a la razón de quien la recibiría. Hay en todas estas páginas la unión indisoluble de lo inmediato y lo trascendente, lo personal y lo social. Y siempre, presente en todas sus epístolas, el matiz afectivo, la voluntad de atraer, de sumar a la idea nueva de crear un mundo donde el vínculo espiritual y la honestidad fueran la esencia de las relaciones humanas”. (Ibrahim Hidalgo Paz: “Obra de inmensa utilidad”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1994, no. 17, pp. 350-351).

“Sus cartas, fuera el que fuese el asunto, tenían el mismo magnetismo de su conversación. Se le oía y se le veía al través de los amplios trazos de su letra nerviosa. Escribía a sus amigos como le hablaba; las imágenes florecían bajo su pluma como en sus labios; el corazón se le derramaba tras las palabras”. [Enrique José Varona: “Mis recuerdos de Martí” (27 de enero de 1905, Revista Bimestre Cubana, La Habana, julio-agosto de 1932), Yo conocí a Martí, selección y prólogo de Carmen Suárez León, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, p. 180].

“El amor puesto en sus cartas es tanto, que deja en puesto secundario los atributos del talento. Al leerlas se añora al hombre, no al escritor. No hay en ellas palabras hábiles ni palabras fofas. Todas las cartas, incluso las de negativa, tenían en él algo de abrazo; todas, por fútiles que a primer examen se nos antojen, parecen dirigidas a más de un ser; y antes de comenzar hasta la más breve, temblaron su labio y su mano, como ante todo verdadero acto de amor”. [Alfonso Hernández Catá, citado en Epistolario de José Martí, arreglado cronológicamente con introducción y notas por Félix Lizaso, Colección de Libros cubanos, Director Fernando Ortiz, vol. XX, La Habana, Cultural, S. A., 1930, t. I (1862-1891), p. XVIII].

“Hay fragmentos de cartas, escritos sobre el arzón del caballo, en plena manigua, que son verdaderos prodigios de novedad. Frases relámpagos que asombran por su originalidad y por su eficacia”. (Guillermo Díaz-Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho. Una introducción a la literatura española del siglo XX, Madrid, 1951, p. 305).

“Su epistolario, cartas escritas en la urgencia necesaria a cada instante, revelan la riqueza de su espontaneidad, de su naturaleza”. (José Lezama Lima: “[En José Martí culminaron…]”, “Prólogo” a la Antología de la poesía cubana, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965, t. I, pp. 41-42).

“El epistolario de Martí es una fuente inagotable de sorpresas, de hallazgos verbales, de giros inusitados, de ideas, de gracia y poesía. Una carta suya es siempre un descubrimiento, un motivo de asombro y un deleite estético —aun cuando son admonitorias, polémicas, patrióticas o tiernamente filiales o fraternales. Léanse por vía de ejemplo las que envió a su hijita cuando iba ya camino de su inmolación definitiva. Difícil sería encontrar en español otro hontanar de ternura, de pulcritud espiritual y grácil delicadeza como el contenido de estas cartas a una niña púber”. (Manuel Pedro González: “Evolución de la estimativa martiana”, Indagaciones martianas, Dirección de Publicaciones, Universidad Central de Las Villas, 1961, pp. 27-28. Puede consultarse también en Antología crítica de José Martí, recopilación, introducción y notas de Manuel Pedro González, México, D. F., Publicaciones de la Editorial Cultura, T. G., S. A., 1960, p. XII).

“Entre la pluralidad de expresiones literarias que Martí cultivó, la epistolar es una de las más bellas que pueden encontrarse en lengua española. Martí escribe siempre ex abundantia cordis. La espontaneidad es aún mayor en sus cartas, y en los tres diarios de viaje que nos dejó, concebidos y escritos como extensión y complemento de la carta amistosa. […] / Martí fue un epistológrafo fecundísimo y proteico. Amaba la comunicación oral con seres queridos y con intelectuales de rango. Era, según el testimonio de cuantos lo conocieron, un conversador brillante y deleitoso. Sus cartas a los amigos intelectuales ausentes no son más que la prolongación del diálogo vivo por otro medio o conducto, diálogo que de auditivo se torna visual. De ahí la naturalidad, la franqueza y el encanto insuperable de sus cartas —principalmente las familiares y amistosas”. (Manuel Pedro González: “Prontuario de temas martianos que reclaman dilucidación”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, Departamento Colección Cubana, Consejo Nacional de Cultura, 1969, no. 1, p. 112).

“[…] Y decir ‘cartas de Martí’, es decir, producciones de las más bellas y útiles en ese deslumbrante manantial de útil belleza que es la obra de Martí. Por las cartas hablaba en forma tan intensa y ardiente como por la poesía misma, y en ocasiones hay un Martí epistolar que entrega una figura mucho más dramática y mucho más ardiente que la trabajada por Martí poeta. // […] las cartas de aquel hombre tan amigo de dar su intimidad y su calor humano a toda hora —la generosidad de sí mismo en Martí no se queda en el sacrifico físico de su vida, sino en el diario ofrecimiento de su última intimidad—, cuentan como índice de suprema lección y supremo sendero. En Martí, que no pudo llegar al libro orgánico, a la exposición acabada de una doctrina o de un pensamiento, las cartas sirvieron mejor que los mismos discursos espléndidos para sembrar ideas. Nunca escribió carta por breve o doméstica que fuese su encomienda, sin algún grano de su sal propia. Escritor infatigable, escribía cartas y más cartas, porque este es el género y el modo de ser que mejor expresan la voluntad de vivir con todos los poros y todas las respuestas abiertas a las aproximaciones o a los alejamientos de los demás. Desde las cartas, Martí trataba al hombre, gobernaba mano a mano, el ser del prójimo, y se ponía él mismo tan a la mano de todos, que sus cartas tienen siempre un fuerte sabor de abrazo estrecho, de cálida comunión de cuerpos y de almas”. (Gastón Baquero: “Las cartas” (1955), La fuente inagotable, Valencia, Pre-Textos, 1995, pp. 45-46).

“No debe cerrarse esta somera noticia sobre la escritura de Martí —antes de entrar en su poesía—, sin mirar hacia una zona en que logra un nivel desconocido en las letras hispanas. Aludimos a la hazaña de sus cartas. // El epistolario martiano, que ha sido recogido en varias colecciones, supone la conjunción de dos de sus facultades mayores: la vocación magnánima y la maestría para decir su ardorosa y compleja intimidad. A dos categorías pertenecen sus cartas: las movidas del propósito de captación política y las destinadas a la comunicación con sus familiares y amigos mejores. En ambas direcciones encauza Martí la fuerte tradición española del epistolario sobrio, sentencioso y sensible. // En las cartas del militante revolucionario se destacan el rigor de los principios escogidos y el sentido de la exhortación oportuna; pero tocamos junto a ello al expresador soberano, al escritor de dotes cuantiosas que hace recaer sobre una frase, y a veces sobre una palabra, todo el peso de la intención prosélita. Martí estudia, como el tirador infalible, el punto a que ha de llegar su flecha dialéctica y la unta, según los casos, del ingrediente inapelable o del brebaje cordial. El corresponsal queda siempre rendido. // La segunda categoría de las misivas martianas la componen las que traducen su sedienta naturaleza. En ellas aparece, por claras razones, el hombre azotado por obstinadas amarguras, herido por ingratitudes y malicias, desollado por la rivalidad y la intriga, pero inexpugnable en la dación plena a la independencia de su isla, al servicio de su América y a las grandes causas humanas. Las cartas a las hermanas poseen una contenida ternura y un sustento ético finamente ensamblados en la prosa de grácil elocuencia”. (Juan Marinello: “Martí: poesía”, París, 1º de enero de 1968, 18 ensayos martianos, La Habana, Ediciones UNIÓN, 1998, pp. 298-299).

“Cada carta de Martí se ajusta no solo a su propio asunto, sino, sobre todo, al destinatario; sus letras son siempre como un diálogo con él, como si a la palabra escrita se uniera la elocuencia del gesto, de la mirada, de la modulación y el tono de la voz. Alguien lo observó hace ya tiempo: cada una de sus cartas es absolutamente personal e irrepetible. Hay fórmulas y convenciones de la época, pero el remitente siempre está conversando con el destinatario, solo con él. // Ese es el secreto de su epistolario, sin duda: escribir a cada individuo, acercarse a esa persona de manera que esta sienta y comprenda cuánto había puesto de sí este hombre en esas cartas para ese lector y para sus sentimientos. // De ahí ese misterio que hoy nos sorprende y emociona: leemos sus cartas como si las hubiera escrito para nosotros, para cada uno de los que hoy las repasamos con la mirada”. (Pedro Pablo Rodríguez: “El epistológrafo”, De todas partes, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 100-101).

“Las fascinantes cartas de Martí equivalen a sus discursos más íntimos (más conversados, más conmovedores). Y si ellas están estructuralmente emparentadas con sus discursos, no lo están menos con muchos de sus trabajos periodísticos, escritos en forma de cartas. Creo que en el siglo XX solo un hispanoamericano me ha deslumbrado como Martí con sus cartas: Julio Cortázar, cuyo epistolario abarca cinco nutridos volúmenes”. (Roberto Fernández Retamar: “José Martí, escritor clásico”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2014, no. 37, p. 159).

“Las cartas de Martí constituyen piezas literarias de la mayor consideración, al mismo tiempo que documentos preciosos para la historia y la biografía de su autor ―aun cuando la intimidad de su vida es muy raramente abordada y jamás en detalle. Este epistolario ha sido objeto de numerosos acercamientos, pero todavía conforman un campo que espera por estudios puntuales como, por ejemplo, deben hacerse investigaciones comparativas entre las colecciones de cartas dirigidas a Manuel Mercado y a Enrique Estrázulas, o sobre las que envía a sus familiares, autobiográficas por excelencia, o tal vez siguiendo un tema preciso que lo ocupa durante un período más o menos largo”. (Carmen Suárez León: Indagación de universos. Los Cuadernos de apuntes de José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015, p. 27).

“En el caudal de la escritura martiana la carta o epístola dista mucho de ser un género ancilar u ocasional. Por el contrario, si a algún género entre todos los practicados por Martí pudiera concedérsele la función de eje o de centro articulador en el sistema escritural suyo ese sería la carta. Al exiliado, al hijo pródigo, al siempre distante, al ausente, la carta sirve de orientación, de puente, metáfora ella misma de patria (o de repatriación) y de contacto. Muy significativo al respecto es que sean cartas los extremos que enlaza el arco entero de su escritura: carta, el texto más antiguo que se conserva de todo el periplo martiano (1862); y carta, asimismo, el último (mayo 18, 1895). En el principio fue la carta, podría decirse; y la carta fue también en el final. Entre ambos extremos de ese mapa, como cartas fueron concebidas sus numerosas colaboraciones periodísticas (crónicas en su mayoría) con La Nación porteña y con otros periódicos hispanoamericanos”. (Osmar Sánchez Aguilera: “Errancias de Martí por el reverso de su imagen”, Las martianas escrituras, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 38-39).

“Las cartas […] nos lo dan como más verdadero; aquellas cartas de ávida ternura, de conciencia en vilo o de lacerada vigilancia, donde cada palabra, cada frase, va cargada de pasión y hasta de acción, donde una prisa dramática pide que se le adivinen mundos de tiempo y de sentido. Unamuno escribió que las palabras en esas cartas de Martí ‘parecen creaciones, actos’. ¿No lo era, en rigor, toda su literatura? ¿No era una gran impaciencia de la palabra? Lo importante siempre para él fue la acción: ‘El acto —dijo— es la dignidad de la grandeza’. Toda su obra escrita —cuando no fue pasión sofocada— fue agonía verbal”. (Jorge Mañach: “Perfil de Martí”, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua (Homenaje a José Martí en el centenario de su nacimiento), La Habana, octubre-diciembre de 1952, p. 649).

“No creo hiperbólico ni erróneo afirmar que ningún otro libro o aspecto de la obra escrita de Martí nos revela tan cabalmente su poliédrica personalidad como el epistolario. Es el único en que Martí está íntegro. Allí podemos apreciar al poeta, al prosista, al pensador hondo, al ensayista vigoroso, al crítico, al sociólogo, al político sagaz, al estadista previsor, al patriota inmaculado, al revolucionario, al amigo leal, al hombre, en fin, en toda su excelsitud. Sobre todo, al hombre, que en Martí es la más alta dimensión, el supremo valor, la medida y resumen de todas las otras jerarquías. Ningún otro libro, repito, no los devuelve tan de cuerpo entero, sencillamente, porque en ninguna de las otras formas literarias que cultivó se nos entrega tan sin reservas. […] // La biografía o radiografía espiritual de Martí no está en sus versos ni en sus discursos ni en sus ensayos, sino en sus cartas. Quien se interese por descubrir todas las facetas de este diamante reunidas en uno solo de sus libros, a su epistolario tendrá que acudir”. (Manuel Pedro González: “José Martí, epistológrafo” (1947), Archivo José Martí 14, al cuidado de Félix Lizaso, La Habana, enero-diciembre, 1949, p. 466).

[7] Federico de Onís: “Martí y el modernismo” (1953), Antología crítica de José Martí, recopilación, introducción y notas de Manuel Pedro González, México, D. F., Publicaciones de la Editorial Cultura, T. G., S. A., 1960, p. 166.

[8] “El epistolario es una porción esencial en la extensa selva de la producción martiana. En él se expresan virtudes primordiales del pensamiento y la sensibilidad del revolucionario y del escritor de prosa insuperable. Depurar los cauces de su correspondencia es trabajar derechamente por el entendimiento cabal de aquella ansiedad sin fronteras // […] es en las cartas donde el latido cordial engrana mejor con el decir inesperado. […] // Pero, aparte la maestría iluminada de la palabra, las cartas de Martí componen un itinerario invalorable, lo mismo de su ansiosa intimidad que de su indeclinable decisión revolucionaria; tanto que sin la lectura minuciosa y contrastada de sus cartas no puede entrarse ni en el mundo de su peripecia espiritual ni en las coordenadas de su función guiadora”. (Juan Marinello: “Sobre una tarea valiosa y necesaria”, prólogo a José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. I, p. VII. Las cursivas son del E. del sitio web).

[9] “¿Cómo se podrá escribir de las cartas de Martí? ¿Por dónde empezar, cómo acabar nunca de hablar de ellas? ¿Dónde vimos antes, en qué literatura, en qué himnario, en qué declaración de amor, silencios y palabras, comienzos y despedidas, como estas? Imposible apresar en unas líneas el incomparable hechizo. No se puede contar, describir, analizar, un hechizo: es preciso participar. Y esto es lo primero que estas letras de pulso febril piden de nosotros: una participación. Huir, ya no es posible. Quedamos comprometidos desde el primer instante y para siempre. Se explica que un hombre así haya arrastrado a un pueblo. ¿Qué hay en las cartas de Martí que no hallamos en ningún otro epistolario, por ilustre que sea? ¿De dónde procede esa fuerza suya para implicarnos en seguida en el halo cálido de su argumentación, de su entusiasmo o de su pena? ¿En qué nos conciernen estas efusiones dichas a otros, estas tareas de un pasado ya histórico, que, de pronto, parece que nos enfrentan con nuestro propio tiempo, como demandándonos algo que hubiéramos olvidado, o que estuvieran dirigidas directamente a cada uno de nosotros?” (Fina García-Marruz: “Las cartas de Martí” (1968), Temas martianos. Primera serie (1969), La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 404-405. Las cursivas son del E. del sitio web).

[10] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, [Fortune Island], 3 de febrero [de 1895], EJM, t. V, p. 59.

[11] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, Santiago de los Caballeros, 19 de febrero de 1895, EJM, t. V, p. 70.

[12] JM: “Carta a Tomas Estrada Palma”, Santiago [de los Caballeros], 19 de febrero [de 1895], EJM, t. V, p. 73.

[13] JM: “Carta a Tomás Estrada Palma”, Montecristi, 16 de marzo [de 1895], EJM, t. V, p. 105.

[14] Ídem.

[15] JM: “Carta a Carmen Miyares y sus hijos”, Cerca de Guantánamo, 26 de abril de 1895, EJM, t. V, p. 179.

[16] Ídem.

[17] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín J. Guerra”, [Cerca de Ba­racoa], 15 [16] de abril de 1895, EJM, p. 165.

[18] JM: “Carta a Carmen Miyares y sus hijos”, Cerca de Guantánamo, 28 de abril de 1895, EJM, t. V, p. 192.

[19] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín J. Guerra”, [Cerca de Guantánamo] 26 de abril [de 1895], EJM, t. V, p. 180.

[20] “Carta a Carmen Miyares y sus hijos”, Cerca de Guantánamo, 28 de abril de 1895, ob. cit., p. 193.

[21] JM: “Carta a Bernarda Toro”, [A bordo del vapor Nordstrand en Inagua] 11 de abril [de 1895], EJM, t. V, p. 156.

[22] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín J. Guerra”, Montecristi, 8 de marzo [de 1895], EJM, t. V, p. 94.

[23] JM: “Carta a José Dolores Poyo”, [Newport] 18 de agosto de 1892, EJM, t. III, p. 188.

[24] Fina García-Marruz en su ensayo “Las cartas de Martí” de 1968, aporta los siguientes argumentos que permiten considerar la “carta antológica” a Rafael Serra, fechada en [Nueva York] el 30 de enero [de 1895], como uno de los llamados testamentos martianos:

[…] De Serra, se despide también en enero del ‘95: si a Quesada escribe el testamento literario y a Mercado el testamento político, esta carta a Serra es quizás su más personal testamento, las pocas cosas únicas que un padre recuerda a su hijo antes de ir a morir. […] El que le escribe apenas si tiene ya atadura carnal a ningún sitio (“Esté yo aquí o allá”). Porque ha escrito alguna vez “Yo me llamo conciencia” es que no nos extraña que diga, con suavidad a un tiempo autoritaria e implorante (“haga como si lo estuviese yo siempre viendo”). Y luego la última advertencia que tanto recuerda las palabras de Cristo (“Un nuevo testamento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”), advertencia que tiene como las de San Juan de la Cruz, tanto de “aviso” como de “cautela”: “No se canse de amar”, como si supiese por sí mismo, el gran amador, que esta es a veces tarea ardua y sin correspondencia […]. (Fina García Marruz: “Las cartas de Martí”, Temas martianos. Primera serie (1969), La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 419-420).

[25] Véase Salvador Arias: “Martí por él mismo: sus cartas”, Casa de las Américas, enero-marzo de 1995, no. 198.